La recurrencia de este fenómeno, cada vez menos espaciada, nos debe llevar a tomar una acción más comprometida de todos, como ciudadanía, a fin de lograr una mejor calidad de vida y no un continuum de buscar levantarnos de la destrucción.
Por Cristina Vargas. 24 abril, 2023.El 2018, visitaba en Sevilla (España) una exposición denominada “Guadalquivir. Mapas y Relatos de un río. Imagen y Mirada”, presentada en el Archivo de Indias, y que es visitable hasta hoy en su formato digital, disponible en la página web de la Universidad de Sevilla (Expobus, https://expobus.us.es/omeka/exhibits/show/guadalquivir/inicio).
La curaduría de esta muestra se articulaba en torno al río, para abordarlo como una fuente de recursos; pero, también se consideraban los imaginarios que, a lo largo de la historia, se habían tejido en torno a este; los momentos de difícil convivencia con la población, al hablarse del “río como amenaza”, y las acciones que se emprendieron para “domesticarlo” y “gestionarlo”. En suma, una mirada de larga duración de la relación entre la población del sur de España, con este accidente geográfico al que se le han escrito canciones, y que también ha generado desasosiegos y, sobre todo, retos científicos para lograr una mejor convivencia en el presente y de cara al futuro.
La confrontación con esta exposición no solo me llevó a pensar en los temas que los museos y espacios expositivos, cada vez más, abordan o deben atender, como los asociados al medioambiente y la sostenibilidad en su más amplio sentido; sino que, haber vivido el desborde del río Piura, el 27 de marzo del 2017 y la destrucción e impacto múltiple que dicho evento dejó en la ciudad y la región, me llevó a reflexionar sobre la importancia de la comprensión en perspectiva histórica del espacio habitado y, en nuestro caso en concreto, de los fenómenos naturales con los que debemos aprender a convivir y aprovechar.
Seis años después
Este año, seis años después del desborde del río, de los impactos catastróficos que generó y de la espera de una transformación de la ciudad en cuanto al manejo de sus aguas pluviales y de la concreción de proyectos que permitan la salida del río Piura al mar, la sensación de incertidumbre, de impotencia y de destrucción se cierne nuevamente sobre la región y la ciudad que habitamos.
No obstante, esos sentimientos parecen haberse presentado recurrentemente en el siglo XX, por no mencionar el potente fenómeno El Niño de 1891 que también golpeó nuestra región y la milenaria presencia de este evento en nuestro territorio.
Eventos El Niño
En 1925, se vivía un devastador Fenómeno de El Niño. Rojas (2014) recoge información publicada en el diario “El Tiempo”, con relatos que parecen ser actuales. En una noticia que dicho autor refiere del 12 de febrero de 1925, se narra: “el calor era sofocante. Las brisas dormían en quién sabe que grato paraje. Al medio día ya no era posible hacer ninguna clase de ejercicio, por el justo temor de bañarse con su propio sudor […] A la hora del yantar nocherniego (8 pm.) previa la anunciación heráldica del viento, la lluvia que tan manifiestamente nos venía prometiendo el cielo, se desarrolló en forma torrencial y amenazante. Con una rapidez asombrosa se llenaron las calles imposibilitando el pase de una a otra vereda […] El desagrado adquirió caracteres serios en los barrios populares, en donde por las malas condiciones del techado de las casas, la casi totalidad de los habitantes pasaron una noche afanosa y muy llena de inquietudes, habiendo tenido que hacer uso de las bombas criollas (lapas, potos, baldes, etc.) para extraer el agua de las habitaciones” (Rojas, 2014, p. 66). Finalmente, agrega Rojas en páginas siguientes, el desbordé del río se produce el 23 de febrero y de allí el relato en adelante, solo nos recuerda una secuencia ya conocida: familias abandonando sus casas por las inundaciones, destrucción de la infraestructura, daños en el cementerio, “las plagas de zancudos, el alza de precios de productos de primera necesidad y cuestiones de salubridad, a causa de las aguas empozadas”, aumento de enfermedades en los niños, entre otros eventos (Rojas, 2014, pp. 70 y ss.) .
En 1943, la ciudad se aprestaba a celebrar los carnavales y las actividades tradicionales del verano. De pronto, se evidencia un giro noticioso en los diarios, donde cada vez más aparecen las noticias sobre las lluvias. Pronto, los bailes de carnaval programados se cancelan o se mantienen con un fin de colecta pública para apoyar a los más afectados con el evento climático (diario La Industria, marzo de 1943). La vida de la ciudad, una vez más se trastoca y se debe lidiar con los efectos de las fuertes precipitaciones. Algunas décadas después, en 1972, nuevamente encontramos titulares conocidos: “¡Piura inundada!”, haciéndose la irónica comparación de nuestra ciudad con Venecia, debido a la necesidad de usar algún tipo de pequeña embarcación para abandonar las viviendas, ante el aniego.
En la página 20 de la Revista de Piura de septiembre de 1972, se narraba: “Esta vista panorámica de la ciudad de Piura nos permite apreciar, en la parte de arriba y hacia el lado derecho, el lugar donde se originó la inundación de gran parte del Sur de la ciudad, a las 7:30 de la mañana del día jueves 16 de marzo último. Las aguas, que llegaron en algún lugar a 2.15 metros de altura, dieron un gran rodeo por el oeste y estuvieron muy cerca de la Avenida Grau y la Plaza de Armas. Los daños ocasionados no han sido debidamente evaluados, pero son incalculables al afectar innumerables viviendas, la pavimentación y las obras de agua y desagüe, fuera de los imponderables y el malestar consiguiente. En igual forma se inundó gran parte del distrito de Castilla donde se hace reparaciones lentamente. Al acercarse el verano de 1973 dejamos estos testimonios impresos con el fin de que no se omita esfuerzo por hacer las defensas necesarias y lograr la excavación del fondo del río, reforzando las orillas. Al cauce alto y a las deleznables orillas se debió principalmente el desbordamiento […]”.
Finalmente, no podemos dejar de mencionar años de dura recordación para muchas generaciones: 1982 y 1983; así como 1997-1998. En el primer caso, este fenómeno también fue calificado de magnitud “extraordinaria” y de proporciones similares al de 1925 (Mabres, Woodman, Zeta, 1993). El relato fotoperiodístico nos da cuenta de una ciudad nuevamente afectada en sus infraestructuras urbanas, incluidas estructuras patrimoniales como una torre de la Iglesia del Carmen; calles anegadas, clamores de apoyo al Estado central, desbordes, problemas de salubridad, infraestructura vial dañada, incluida la caída del puente Independencia. El siguiente evento, no será diferente y seguramente nos traerá recuerdos como las impactantes tormentas eléctricas, la formación de la laguna “La Niña” y la tristísima noticia de la caída del puente Bolognesi, por no mencionar situaciones similares a las narradas para otros eventos.
El Niño siempre estará aquí
Este recuento, con muchas ausencias en su relato, no pretende ser un recorrido histórico exhaustivo, pero sí una reflexión compartida a partir del dato histórico. Así, este fenómeno que nos acompaña desde hace miles de años, siempre estará ahí, intensificándose con el cambio climático y generándonos estragos cada vez más duros si no se emprenden soluciones integrales de largo plazo y no solo cortoplacistas, de modo que realmente permitan una convivencia más armoniosa con nuestro difícil entorno.
La recurrencia de este fenómeno, cada vez menos espaciada, nos debe llevar a tomar una acción más comprometida de todos, como ciudadanía, a fin de lograr una mejor calidad de vida y no un continuum de buscar levantarnos de la destrucción. Ser conscientes de nuestra historia nos ayudaría mucho en nuestro país, en nuestras regiones, para buscar un verdadero desarrollo que considere nuestra geografía, realidad diversa y devenir histórico. Como afirmaba el historiador Pacheco Vélez: “[…] ocuparse del pasado es ocuparse del presente”.
Quizás ese es el mejor regalo que Piura podría tener en sus 500 años de existencia (que cumplirá el 2032), el de llegar a esa fecha siendo una ciudad preparada para convivir mejor con El Niño, aprovechando mejor las oportunidades que nos ofrece (como la de almacenar agua para épocas de sequía), y habiendo logrado que nuestro río “veleidoso” desemboque en el mar. Todo ello hará que cada año sea motivo de celebración y no sinónimo de zozobra.