Un profesor forma desde todas las dimensiones de su persona, porque comunica con todo su ser. No solo es un dechado de conocimiento intelectual y especializado en su materia, es también, y se espera que lo sea, una persona con equilibro afectivo para el trato interpersonal.
Por Claudia Mezones. 11 julio, 2023.Desde hace buen tiempo, no he tenido a cargo aulas de primer año de la carrera de Educación. Sin embargo, este año en curso y la mitad del 2023 soy la profesora de Lengua y Comunicación de mis alumnos, futuros docentes de profesión. En mis clases, aprovecho a tener espacios de diálogo con ellos. Yo también fui “cachimba” y una de las cosas que valoraba más en esos primeros años universitarios fue la apertura, el diálogo y la empatía del profesor que tenía interés por hacerlo. La acción educativa es, precisamente, comunicación.
Cuando nos comunicamos, abrimos nuestro mundo personal hacia el otro, generamos relaciones interpersonales que dan vida social a nuestro yo personal. Un profesor debe tener esa apertura ante todos los que forman la comunidad educativa, pero, sobre todo, hacia sus alumnos. No es posible educar si no nos “tocamos” nuestros mundos personales. Decía una de mis profesoras de la facultad: “Si no te gusta estar con los demás ni el bullicio de los pasillos y los patios con los alumnos a tu alrededor no eres para profesor”. Las interacciones profesor-alumno crean lazos de conocimiento que hacen posibles entornos de aprendizaje positivos, marcados por la empatía, la apertura y la integración. Está probado en la investigación educativa que así se consiguen mejores resultados de aprendizaje, sea el nivel educativo que sea, y, especialmente, que los estudiantes valoran este clima positivo, incluso, si desaprueban un curso.
Un profesor forma desde todas las dimensiones de su persona, porque comunica con todo su ser. No solo es un dechado de conocimiento intelectual y especializado en su materia, tan deslumbrante que no hay forma de no quedarse sorprendido de todo lo que sabe, es también, y se espera que lo sea, una persona con equilibro afectivo para el trato interpersonal, con sus estudiantes, padres de familia y colegas con los que trabaja. Esto no quiere decir que los maestros no tengamos licencia para no pasar por desequilibrios emocionales o estados de quiebre sentimental, sino que tenemos el deber de tener educados los sentimientos, para ser capaces de sobreponernos ante nuestros alumnos, por la fuerza de la voluntad y el cariño que les tenemos. Así también, para crear climas institucionales positivos en la labor diaria con los colegas y los padres.
La comprensión contribuye a generar climas positivos en la escuela. Un profesor, para exigir bien a sus alumnos, deber ser comprensivo: “La exigencia sin comprensión es inhumana” (D. Isaacs, 2008, p.63). Y también debe serlo con sus compañeros de trabajo y los padres de familia; es imprescindible que considere que hoy en día existen más divergencias en creencias, pensamientos y prioridades. Por lo que, es necesario que, en nuestra labor, profundicemos en el significado de los diferentes aspectos que influyen en el comportamiento de los demás, para adecuar nuestra actuación procurando crecer juntos.
En contraparte, es de radical importancia la comprensión de los padres al profesor, más aún en contextos actuales donde la autoridad del maestro se ha visto velada por el imperio de la voz del alumno y de los padres. El profesor es un profesional de la educación, se ha formado para ejercer su labor formativa, en consecuencia, su acción educativa debe apoyarse en la acción coadyuvante de la familia. Su ejercicio docente es intencional, sistemático, guiado hacia unos fines o ideales educativos. Hoy es día existe la idea errónea de que el profesor que no hace lo que los papás le dicen es mal profesor porque no los escucha. En consecuencia, hay que recordar que los maestros tenemos una preocupación auténtica por el bien de los alumnos, que desplegamos recursos pedagógicos acompañados de fortaleza y mucha paciencia, para conducir con optimismo a que los alumnos consigan forjarse como buenas personas. El apoyo de los padres es fundamental para que lo logremos.
En este contexto, es imprescindible la dimensión ética de la persona. Para educar hace falta ser pilar de valores en nuestros alumnos, y, por tanto, debemos vivirlos. El perfil ético del profesor lo erige como autoridad ante la comunidad educativa. Por ello, es penoso el descubrimiento de casos de acoso, violencia, injusticia, corrupción… en docentes, pues no le hace justicia al perfil profesional de la persona que procuramos los profesores antes las personas y ante nosotros mismos. Para los niños de inicial es ley lo que le enseña su profesora: “Así me lo ha enseñado mi señorita”; uno de primaria difícilmente cambia lo que hacen en casa con las tareas si la acción es diferente a lo que le ha enseñado su profesor o profesora en la clase. En consecuencia, es importante que, en la acción educativa del día a día, un buen profesor procure siempre educar en la verdad y el bien; es decir, que sea un maestro que sepa serlo en su labor cotidiana.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.