Son pocos los que han salido en defensa del ser más inocente y vulnerable, porque nos estamos contagiando de una opinión pública internacional que parece querer atacar la vida eliminándola desde el seno materno o acabando con ella cuando al parecer ya no tiene utilidad.
Por Jaime Millás Mur. 16 agosto, 2023. Publicado en ExaudiEn el Perú hay muchas cosas por mejorar, pero ciertamente la corrupción que sufrimos desde hace buen tiempo o el incremento de la delincuencia nos apesadumbran. Sin embargo, cuando vemos el maltrato sufrido por una niña de 11 años de la que su padrastro abusó desde que tenía 6 y dejó embarazada, nuestra congoja supera cualquier límite. Mila, nombre figurativo de la niña, fue evaluada por una junta médica de Loreto, que determinó la improcedencia del mal llamado “aborto terapéutico”, es decir, aquél que se realiza cuando es el único medio para salvar la vida de la gestante o para evitar en su salud un mal grave y permanente. Posteriormente, otra junta médica en Lima sancionó lo contrario, condenando a muerte a una criatura de 22 semanas de gestación. El Dr. Nakazaki, reconocido jurista, comenta: “El aborto terapéutico, el único admitido en la Constitución peruana, exige demostrar un estado de necesidad; situación de peligro para la vida y salud de la madre y el concebido que sólo se supera sacrificando la vida del hijo para salvar a la madre. Y se demuestra con prueba médica”. Y este no es el caso. Desde la bioética, nada justifica atentar contra la vida de un ser humano. Lo único que cabe es el llamado aborto indirecto, producto no querido que se da a consecuencia de una acción que tiene doble efecto. Es decir, intentando salvar la vida de la madre, se produce la muerte del feto. Y es que el aborto en sí no es nunca una terapia.
El estado y la sociedad deben siempre defender la vida de todos los seres humanos como recoge la constitución del Perú: “el concebido es sujeto derecho en todo cuanto le favorece”. Sin embargo, la comparsa de algunas ONG, la defensoría del pueblo (que debiera defender a todos) y algunos organismos internacionales como UNICEF presionan para acabar con la vida de un inocente indefenso, cuando lo razonable es tratar de salvar ambas vidas. No se arregla un mal con otro mal. El problema no es el niño o niña que nacerá, sino la desprotección en la que ha vivido Mila y el violador, que sigue libre. Comprobamos, una vez más, la presión que busca despenalizar el aborto por cada vez un mayor número de causales. Lo cierto es que lo que se pretende no es tanto la protección de una niña o adolescente, sino aprovechar este caso límite para conseguir no sólo la despenalización del aborto, sino lo que llaman aborto libre, es decir, por cualquier causa, en cualquier fase de la vida embrionario-fetal y sin mayor justificación. Esto es lo que han impuesto en muchos países las ideologías perversas calificando al aborto como un derecho humano, lo que no es más que un contrasentido, ya que justamente es la vida el primer derecho de la persona.
Son pocos los que han salido en defensa del ser más inocente y vulnerable, porque nos estamos contagiando de una opinión pública internacional que parece querer atacar la vida eliminándola desde el seno materno o acabando con ella cuando al parecer ya no tiene utilidad. De esta manera sólo lograremos convertir este mundo en una sociedad egoísta y fría, sin valores ni futuro. El amor a la vida, a toda vida humana desde la concepción hasta la muerte natural es la única forma de respetarnos y construir un mundo habitable para todos en el que nadie sobra y todos contribuyen al bien común.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.