26

Ago

2024

Artículo

¿Por qué nos cuesta cambiar?

¿Por qué nos cuesta cambiar? Quizás, parte de la respuesta esté en la pérdida del sentido común orientado por el bien y la verdad.

Por Alberto Requena. 26 agosto, 2024. Publicado en Diario El Peruano, el 24 de agosto 2024

Hace unas semanas el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó su informe 2024 titulado “¿Por qué nos cuesta cambiar? Conducir los cambios para un desarrollo sostenible”. Si bien este documento está concebido desde la realidad chilena, muchos de sus planteamientos pueden ser extrapolados a otras latitudes. Su propuesta principal radica en identificar lo que se denomina “cambios sociales” para luego dar pase a los “agentes” que podrían movilizar dichos cambios.

Según este informe, también hay elementos inhibidores que detienen los procesos de desarrollo de una realidad. Aunque se acepta la mejora de las condiciones de vida del vecino país del sur, existen algunas consideraciones sobre qué es lo que detiene el progreso. Uno de los más resaltantes radica en el “estancamiento del liderazgo político y del gran empresariado”. Desde esta perspectiva, la ciudadanía está a merced de los vacíos y falta del “proyecto país” de sus líderes, tanto políticos como económicos.

Por su parte, la ciudadanía también posee responsabilidad en la situación actual. Según el documento, hay varias formas en cómo se percibe la falta de rumbo de un país. Entre las causantes del desapego por el cambio se encuentran, por ejemplo, el individualismo o falta de interés por lo común, subestimar la complejidad de los problemas, la multiplicidad de demandas sociales, presentismo y baja disposición de asumir costos, o la falta de paciencia. A todo esto, se podría preguntar de quién depende la mejora de un país. ¿Existe una respuesta unívoca e inequívoca al respecto? Lo interesante de la investigación es que nos presenta unas causas cualitativas del fenómeno del desarrollo, esto es, nos dice que los procesos de cambio social son la clave para mejorar. En pocas palabras, desarrollar implica un deber moral. Para cambiar debemos desearlo y ponerlo en marcha. No se reduce el llamado desarrollo humano integral a una mera fórmula propia del “Homo economicus”.

Este enfoque cualitativo sobre el bienestar de las naciones nos obliga a preguntarnos si el desarrollo es un deber moral que sobrepasa el enfoque de derechos. Desde esta perspectiva jurídica, los estados son los que deben promover las condiciones necesarias para que los ciudadanos puedan desarrollarse plenamente. Sin embargo, este centralismo gubernativo sobre la acción humana podría mermar y debilitar la libertad propia de cada sujeto a elegir hacia dónde y cómo querer ir. No estamos asumiendo que todo lo que hagan los estados o gobiernos es malo por naturaleza; sino que, en este contexto se hace urgente que la persona no se diluya en masa, en mera “ciudadanía”.

La persona humana debe ser protagonista de su vida. Pensar en deberes no es renunciar a pensar en derechos, pero es una manera más integral de ver la vida. Pensar en deberes supone entenderme como prójimo. Al hacerlo, me comprendo como responsable de otros. Si la expresión “responsable” asusta, podríamos reemplazarla por “testigo”. Somos testigos de otros porque somos seres culturalmente sociales.

Pongamos un ejemplo. Existe en psicología un famoso planteamiento que sostiene que cuando una persona ve que otra está padeciendo un problema no necesariamente la ayuda de inmediato, sino que sopesa si es que alguien más ayudará a esa persona en aprietos. Este fenómeno supone que si yo veo que alguien más ayudará a ese necesitado la posibilidad de desentenderme del asunto es grande. Los seres humanos no solo somos agentes de manipulación o víctimas del poder de otros, también somos agentes solidarios, personas que configuramos lazos duraderos; sin embargo, nuestra conducta está a prueba día a día. Nuestras virtudes (valores morales positivos) necesitan ser fortalecidos, madurados.

Los cambios sociales pueden ser superficiales o profundos. Los primeros son evidentes, como el aumento del uso de redes sociales y artilugios tecnológicos a diferencia de otras generaciones pasadas, por citar un caso. Los segundos son más profundos y llegan a trastocar la cultura. Por ejemplo, la consideración de que no necesito tener hijos para ser feliz. Esto último es un cambio de gran escala que afectará el desarrollo de una sociedad ya que supone el cambio de un paradigma que ha moldeado la matriz occidental durante milenios. Los cambios dependen de nuestra percepción sobre qué es lo correcto y lo incorrecto. Para cambiar muchas veces hay que desafiar el sentido común vigente. Sin embargo, no hay que confundir el sentido común con la verdad. Esta última es más compleja. Se alcanza mas no se construye con retazos de ideas o visiones personales. En cambio, el sentido común puede estar sujetos a las modas intelectuales de un tiempo o a los prejuicios de una era. Así, era de “sentido común” que se promoviera la esclavitud de personas a lo largo de la historia.

¿Por qué nos cuesta cambiar? Quizás, parte de la respuesta esté en la pérdida del sentido común orientado por el bien y la verdad.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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