Desde hace unos meses, la llamada inteligencia artificial (IA) ha generado muchas “vivas”. Se habla de las múltiples formas en las que ayudará a cambiar la forma como vivimos, trabajamos y, por qué no, pensamos.

Por Alberto Requena. 24 septiembre, 2024. Publicado en Diario El Peruano 21 de setiembre del 2024

Hay mucha expectativa en todos los ámbitos; también en el sector cultural; e inquietud y preocupación sobre cómo la IA podría afectar los procesos cotidianos de cada persona.

No es una sorpresa que un tipo de tecnología como esta genere diferentes reacciones; pues, a lo largo de la historia, lo novedoso siempre despertó ilusiones y dudas. Ya pasó con la masificación del libro. Sus entusiastas pensaban en que, a partir de ese momento, la sociedad dejaría de ser ignorante y que se podría construir una sociedad civilizada. Lo mismo ocurrió con la llegada de la electricidad. Sus múltiples usos en el transporte y el alumbrado (inicialmente) cautivaron la imaginación de urbanistas y literatos. La genética fue otro gran hito que aumentó la esperanza en la ciencia contemporánea. La decodificación del genoma humano ha permitido repensar algunas de las enfermedades y darles una posible cura en las próximas décadas.

Pero, ¿Qué ocurre cuando no terminamos de ver todo el panorama? Los libros permitieron transmitir ideas brillantes y geniales; pero, también fueron el caballo de Troya de ideas obtusas sobre lo que es el ser humano. La electricidad no solo sirvió para dar luz a los pueblos, sino también para electrocutar a los condenados a muerte. Y la genética (mal llevada) está trayendo consigo ideas transhumanistas que niegan la mortalidad como el fundamento del ser humano. La ciencia y la tecnología mal entendidas traen problemas.

No intento ser alarmista con las herramientas de la IA que, bien usadas, podrían ser grandes aliadas en la educación, la investigación y las artes, por ejemplo. Otras generaciones tuvieron limitadas opciones de información, necesitaban libros físicos, hacer entrevistas y, en el mejor de los casos, usaban los textos escolares de los hermanos mayores.

Desde la masificación de herramientas como las enciclopedias digitales o de buscadores como Google, las cosas fueron agilizándose. Hoy con ChatGPT (que entiendo ya no es novedad), uno puede superar lo que conoció de niño, adolescente y joven universitario. Ahora, podemos solicitar una gran cantidad de información y, además, pedirla en diversas formas.

Los estudiantes del mundo están felices de haber nacido en los albores del siglo XXI; sin embargo, aquí comienzan mis observaciones.

Primero, no es lo mismo que una persona adulta, con experiencia de vida, use una novedad de este tipo, porque tiene un bagaje cultural determinado y verá la IA como una oportunidad para mejorar lo que hace. Serán una “caja de herramientas” que manejará con criterio y ética. Pero ¿qué pasa con los más jóvenes o con quienes ven en la IA la solución a sus problemas?

Una persona que ha vivido sin internet en los años ochenta o noventa y luego vio su llegada es consciente de los cambios. Sin embargo, quien ha nacido en tiempos de internet (y ahora de las IA) tiene una relación distinta con esta tecnología. Ellos han interiorizado los navegadores, el Google Map o los aplicativos para realizar cualquier cosa como algo normal. Pasan horas en YouTube e Instagram para ver cómo se hacen cosas. Ya pasaron los tiempos de pedirles tips a papá o a mamá. Parte de esto es realmente positivo e interesante.

Segundo, ¿no estaremos dejando de lado la oportunidad de seguir cultivando nuestras capacidades? Por ejemplo, cada vez hacemos menos procesos mentales, porque con las calculadoras de nuestros smartphones o los asistentes de voz ya no tenemos que preocuparnos, las divisiones y textos son pan comido. Incluso, memorizamos menos números celulares porque ya están grabados en nuestros dispositivos móviles.

Más aún, le hemos delegado a Facebook que nos recuerde los cumpleaños de nuestros amigos. Podríamos estar ante un nuevo escenario, el de tercerizar nuestra creatividad; es decir, renunciando a intentar pensar por nuestra cuenta y crear algo significativo, por dejar que lo haga la IA.

Que las nuevas tecnologías sean nuestras aliadas dependerá de cómo eduquemos nuestra relación con ellas. Es muy diferente usarlas para algo tan deshonesto como el plagio, que emplearlas para ahondar en la investigación que estamos desarrollando, por ejemplo.

¿Qué será lo genuinamente humano en un futuro cercano y cómo nos relacionaremos con las IA? ¿A qué otros procesos mentales iremos renunciando progresivamente? Quizás hemos ingresado a una época en la cual la palabra “crear” esté mutando a “co-crear”.

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