En las proximidades del inicio de un nuevo año, es natural que se despierten esperanzas. La esperanza es un valor, no cabe duda. Es valiosa para enfrentar lo que se presente durante el 2025, guarismo que marca el paso del primer cuarto del siglo XXI. Por un lado, la esperanza es reconocida como actitud vital, […]

Por Luis Eguiguren. 21 diciembre, 2024.

En las proximidades del inicio de un nuevo año, es natural que se despierten esperanzas. La esperanza es un valor, no cabe duda. Es valiosa para enfrentar lo que se presente durante el 2025, guarismo que marca el paso del primer cuarto del siglo XXI.

Por un lado, la esperanza es reconocida como actitud vital, estado afectivo que compromete las componentes personales: el ámbito somático y el anímico, que están íntimamente entrelazados. Basta citar, al respecto, que, según las ciencias de la salud actuales, quien sufre depresión anímica, suele adolecer de disminución de sus recursos inmunológicos somáticos.

Según el profesor Juan Manuel Burgos, en su accesible libro Antropología breve (2010), cada persona consta de tres componentes que permiten comprender su ser individual, su yo: el corpóreo, el psíquico y el espiritual. La componente espiritual está conformada por dos facultades: la inteligencia y la voluntad. Esta última tiene una propiedad eminente: la libertad personal, por la cual cada quien es capaz de tomar decisiones sobre sí, autodeterminándose en gran medida.

Según el saber clásico, la atracción experimentada hacia un bien difícil de alcanzar o hacia un mal difícil de evitar se denomina esperanza. Quien la tiene, aprecia, de un modo u otro, que vale la pena enfrentarse con lo inmediatamente desagradable para conseguir, después, llegar a disfrutar de lo que es más valioso, en definitiva.

La esperanza como hábito operativo —disposición estable adquirida por propia decisión en el actuar de una persona— ha sido estudiada especialmente por el filósofo alemán Josef Pieper (1904-1997). Por ejemplo, en el difundido compendio de varias de sus obras, Las virtudes fundamentales, cuya décimo tercera edición es de 2017, menciona 205 veces a la esperanza. Pieper es considerado uno de los primeros filósofos modernos en explorar la idea de la esperanza en la vida humana, así lo ha afirmado un estudioso de este autor, en una publicación de 2017.

Siguiendo a Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, que la esperanza sea un hábito operativo positivo —y no un vicio, negativo— significa que, una persona la adquiere mediante libre elección. Además, que la esperanza consiste en un justo medio al actuar, establecido por la recta razón, de la manera que lo haría una persona éticamente excelente.  El justo medio referido está entre dos vicios opuestos: la desesperanza y la presunción.

La desesperanza —vicio por defecto, respecto a la esperanza— es la disposición habitual de rechazar lo que se presenta arduo, junto con todo lo que lleva lograrlo; y, preferir, en cambio, lo que ofrece inmediatas recompensas. La presunción, por otro lado, es la habituación de estimar que son muy fáciles de conseguir los bienes futuros duraderos y, por lo tanto, no es necesario mayor esfuerzo para alcanzarlos. Es un vicio por exceso, relativo a la esperanza, dado que se arraiga en el acostumbramiento a no advertir dificultades donde verdaderamente sí las hay.

Como notamos, la esperanza tiene por objeto lo que está por venir, lo que aún no ha llegado. Para estar correctamente dispuesto a conseguir esto, requerimos de la sabiduría práctica denominada prudencia.

La prudencia tiene su origen en los vocablos latinos “pro” (prefijo que indica: adelante) y “videntia” (visión). De aquí: pro-videncia, derivando en prudentia. Es prudente quien sabe discernir qué es preciso para ir hacia adelante en la consecución de lo conveniente.

La prudencia es una disposición del intelecto práctico que consiste en la habilidad para que, a través de la ejecución de ciertos actos concretos, se alcance, realmente, aquel buen objetivo que, primero, se había propuesto virtualmente —intelectualmente— al tener la intención de ello; y, realizar la elección —también virtualmente— del medio más apto.

Según San Isidoro de Sevilla, en sus célebres “Etimologías”, la esperanza —que en latín se dice spes— debe su denominación a que ella viene a ser como el pie para caminar —para dirigirse a la meta. Como si se dijera: “es pie” (en latín: est pes). Donde “pie” significa “pes” en el  idioma latino. Lo contrario a la esperanza —continua Isidoro— es la desesperación, porque allí donde faltan los pies no hay posibilidad alguna de andar.

Evocando al sabio Isidoro de Sevilla (560-636), venerado como santo patrón de los humanistas (filólogos, filósofos, historiadores y geógrafos …); e, incluso, de Internet; esperamos tener los pies firmes, seguros, para andar esperanzados hacia adelante, desde el alba del año 2025.

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