Arguedas tenía una preocupación genuina y constante por las obras escritas, la situación de la universidad y, especialmente, por el Instituto de Etnología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y las colaboraciones de distintos académicos nacionales e internacionales.
Por Paola Celi. 14 diciembre, 2024. Publicado en El Peruano, 13 de diciembre de 2024.Se puede conocer a José María Arguedas por sus obras literarias que, en la actualidad, siguen siendo un referente artístico del siglo XX; y, también, se le puede conocer por sus cartas. La recopilación de estos escritos durante diez años (1959-1969) en el libro Las Cartas de Arguedas (1998), edición de John Murra y Mercedes López-Baralt, refleja que el poeta, etnólogo y novelista peruano fue promotor de las humanidades y de la producción académica.
Arguedas tenía una preocupación genuina y constante por las obras escritas, la situación de la universidad y, especialmente, por el Instituto de Etnología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y las colaboraciones de distintos académicos nacionales e internacionales.
En 1960, cuando Arguedas se recuperaba de un accidente, en la San Marcos empezaron las tensiones por la promulgación de la Ley Universitaria y el Instituto de Etnología se quedó sin la gestión de Valcárcel (su fundador). Arguedas temía que, en medio de esa convulsión, quisieran desaparecer el instituto. «Ya sabe Ud. cómo es el Perú», mencionaba el escritor en una de sus cartas, en la que mostraba resignación, respecto a la facilidad con que a veces se destruyen los proyectos de quienes no pertenecen a los grupos del poder.
Aunque Arguedas se mostraba apartado de los movimientos activistas de la San Marcos, era siempre crítico de lo que pasaba. Estaba en contra de la intervención del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) en la elección de profesores. Le preocupaba especialmente que los alumnos tuvieran cierto poder en la elección de la plana docente, porque creía que estaban influenciados más por temas políticos que académicos.
En 1960, José María Arguedas le cuenta a su amigo Murra que había descubierto a un novelista por medio del libro México en la cultura. Se trataba de Juan Rulfo. Le gustaba mucho la literatura de Rulfo, pero se lamentaba de no poder escribir sobre él, ya que, por ese entonces, como se ha mencionado, Arguedas se estaba recuperando de un accidente automovilístico. A pesar de esto, publicó el comentario «Reflexiones peruanas sobre un autor mexicano», en el diario El Comercio (Murra y López-Baralt, 1998, p. 33).
Aquel accidente le dejó grandes secuelas físicas, sin embargo, Arguedas no quería abandonar su producción intelectual. Ese año, se propuso terminar su trabajo sobre las comunidades de Castilla y logró concluir su obra El Sexto. Además, le contó a Murra algo relacionado con Todas las sangres (1964):
El otro relato que seguramente será extenso pretenderá una descripción del Perú actual teniendo como eje la lucha de dos hermanos terratenientes, de los cuales uno desea el progreso, la importación de máquinas y la explotación industrial de una mina, mientras que el otro defiende la forma de la vida antigua, como dueño de indios a los que él cree que las nuevas formas de vida los corrompen. (Murra y López-Baralt, 1998, p. 33).
Arguedas siempre intentaba retratar su visión del Perú, sobre todo, del Perú profundo. Le preocupaba la situación del indio, un tema recurrente en su literatura y en su investigación de etnología:
Yo habría deseado seguir trabajando en Puquio y si mejoro algo quizá me lleve unos alumnos allá. Sigo creyendo que esas comunidades son las mejores de cuantas he visto para hacer los estudios de los cambios que tan aceleradamente están sufriendo nuestras poblaciones de indios y mestizos. (Murra y López-Baralt, 1998, p. 42).
Por otro lado, el trabajo de promover e impulsar los estudios de etnología exigía que el escritor peruano no solo buscase profesores e investigadores, sino también presupuesto para pagarles. Así lo deja ver en su carta del 21 de mayo de 1960, cuando se refiere a conseguir dinero para que el historiador Waldemar Espinosa Soriano continúe en el instituto: «Hemos podido arreglar el asunto de Waldemar. Matos dará diez dólares y la Facultad veinte. Pero al mismo tiempo me aventuré a conseguir de la Casa Grace esa pequeña suma de 45 dólares, pequeña para ellos, por un año» (Murra y López-Baralt, 1998, p. 37).
Lo mencionado hasta aquí es una pequeña muestra de que, además de gran escritor, Arguedas fue gestor y promotor de las humanidades en un contexto lleno de obstáculos políticos, económicos y personales. Fue una de los personajes que sostuvieron de manera incansable, y hasta sus últimos días, la intelectualidad del Perú del siglo XX.