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Mar

2025

Artículo

Sechura y sus balsas de palo

En Sechura ya no salen las grandes balsas y muy pocos sabrán ya chajear, en silencio, silbándole bonito al mar como para pedirle permiso. Es por capricho.

Por Carlos Arrizabalaga. 04 marzo, 2025. Publicado en Suplemento El Tiempo, el 1 de marzo de 2025.

Desde tiempos inmemoriales “se manejaba mucho el comercio y contrataciones destos territorios”, decía el padre Calancha (1638), refiriéndose a “estos llanos desde Paramonga, hasta Paita y Tumbes”. El comercio de los de Sechura con la región de Lambayeque, se realizaba en un viaje de dos días para atravesar las cuarenta y ocho leguas de despoblado, llevando a razón de tres pesos de carga, con dos tres o cuatro calabacillos para el agua “sobre unos ridículos jumentitos extenuados y de cortísimo paso”, según describe Joaquín de Helguero (1802). Antonio de Ulloa (1748) dice que se cubrían la cabeza con unos paños blancos de algodón bordados o labrados en el telar de otros colores, “con la circunstancia de que las que son viudas los usan negros”. Antonio de Alcedo (1789) los estima altivos y de gran ingenio: “se salen con todo lo que aprenden”. Eguiguren (1894) los califica de inteligentes, laboriosos, “y con cierta gracia en el decir”. Aurelio Miró Quesada (1938) describe admirado a los pescadores, algunos de ellos de una edad indefinible: “ellos mismos no saben la que alcanzan”.

En un largo litigio que entablan en 1773 los de Sechura contra los de Mórrope, por impedirles estos el internamiento y expendio de lejías (que se obtenían de la quema de las plantas de lito para su venta a las tinas de jabón de Lambayeque), el procurador de la doctrina de Sechura hace un recuento de las pocas subsistencias que tenían en común: “Contados son los indios y no pasan de dieciséis los que mantienen sus balsas para hacer en cada año un viaje a Guayaquil, cargados de sal, solo con el fin de descargarse de sus tributos, sin que les rinda este comercio otra utilidad, respecto de la abundancia de este efecto que ocasionan las gruesas salinas de la Punta y Tumbes y cata aquí suprimido el uso de aquellos frutos que pudiere reportar la comunidad en solo los dieciséis indios que por virtud de la providencia han podido conseguir sus balsas”.

El profesor Lorenzo Huertas Vallejos (1997 y 1999) ha estudiado detalladamente las actividades económicas y la realidad social de la gente de Sechura. Recoge las descripciones que hacen de sus balsas de doble plataforma y cubierta. Jorge Juan y Antonio de Ulloa (que pasaron por Sechura en 1740), el francés René P. Lessón, que las vio más tarde en Colán, entre otros, así como Jorge Ortiz y Hernán Buse registran las fotografías tomadas por Enrique Brüning (hacia 1908) o Cushman Murphi (en 1925). Una de esas balsas se la encontró el piloto Bartolomé Ruiz en 1525: “de unas cañas tan gruesas como postes”, aunque no parece que fuera de tan lejos. Lorenzo Huertas describe con detalle la construcción de las balsas y de las balsillas, que ahora solo se utilizan como auxiliar de embarcaciones mayores de pesca.

Todo el vocabulario está lleno de palabras, que seguro provienen del antiguo idioma sec: al sonido que hace el agua al chocar contra las peñas, le llaman sayo y la soga que sujeta el ancla es el talingo. Pero, la soga que sostiene el aparejo se llama gaza, que es lazo en castellano antiguo, y el ancla de piedra lleva un palo de algarrobo que le dicen sacho, que es el nombre medieval de la azada y que también en el mar de Puerto Rico y en la isla Chiloé se ha conservado para llamar a artilugios similares.

En 1997, Huertas hace un recuento de unas 700 balsillas y añade un excelente glosario a su trabajo, que actualiza y mejora un poco el diccionario costumbrista sechurano de César Arrunátegui (1996). Varios ancianos, como Julio Eche o Máximo Eche Querevalú le relataron sus viajes en que habían acompañado de niños a sus mayores en unas balsas grandes hasta Paita, Tumbes y Guayaquil, para cambiar pescado seco, especialmente atún albacora y tollo, en busca de los valiosos palos de balsa, procedentes de los bosques de Ecuador y de la lejana Colombia.

Para Jorge Ortiz Sotelo (1990), la balsa de palo propulsada por el viento y gobernada con un sistema similar, al que hoy denominamos de quilla variable, constituye la embarcación más compleja que se haya originado en el mundo americano. Hermann Buse de la Guerra (1973) y Rosendo Melo (1980) debatieron sobre su origen, que para Ortiz estaría en las culturas amazónicas. Igual, la comunidad sechurana es una de las más antiguas de la costa del Pacífico, y su antiguo idioma no parece que estuviera emparentado con ningún otro. La señora Melva Pazo Fiestas teje lienzo de algodón, en su telar de cintura, como se hacía antes, para una vela que le han pedido. Meses de trabajo y no le han pagado. En Sechura ya no salen las grandes balsas y muy pocos sabrán ya chajear, en silencio, silbándole bonito al mar como para pedirle permiso. Es por capricho.

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