Decir que leer es pensar es una obviedad, al fin y al cabo, las cuatro operaciones que implica este ejercicio –reconocer, organizar, elaborar y evaluar– son también funciones básicas de nuestro pensamiento.
Por Crisanto Pérez Esain. 28 septiembre, 2020.En la universidad, sobre todo en los primeros años, se lee para aprobar, para pensar lo mismo que el profesor sobre lo leído. Sin embargo, no deberíamos olvidar que los libros no han sido escritos para eso ni para responder unas preguntas al final de la lectura, sino para saber más sobre el mundo.
Decir que leer es pensar es una obviedad, al fin y al cabo, las cuatro operaciones que implica este ejercicio –reconocer, organizar, elaborar y evaluar– son también funciones básicas de nuestro pensamiento. Así, si se pretende desarrollar un pensamiento crítico, debemos apuntar siempre a la lectura que implica un razonamiento crítico.
Leer es poder elegir. Todos leemos y en todo momento, sin querer. Más allá de las grafías con las que nos crucemos, de manera voluntaria o no, desciframos en quien nos escucha: aprecio, tristeza, amor, sorpresa… Todos leemos lo que ocurre alrededor y nos leemos a nosotros mismos, como nos dice Alberto Manguel: “… para poder vislumbrar qué somos y dónde estamos […] No tenemos otro remedio que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial”.
Sin embargo, por esencial que resulte leer no es una función unívoca. El término, que procede del latín legere, significaba también ‘recolectar’ o ‘escoger’. Así, al leer, elegimos qué quieren decir esas palabras, en general, y escogemos qué nos dicen a nosotros. Por eso, hay poemas, novelas y otros escritos que pueden no gustarnos en una época de nuestras vidas hasta que, años más tarde, cuando el bagaje de nuestra experiencia ha crecido, descubrimos, entre tanta palabra, la luz que no vimos la primera vez.
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, dicen que dijo Cervantes. Sabe porque al leer escucha las voces de quienes hablaron sobre el papel antes que nosotros, y así se amplía nuestra experiencia vital más allá de los límites de nuestra experiencia, tal como reconocía Aristóteles. Para el estagirita, la literatura era la más metafísica de las artes, al considerar que con ella accedíamos a saber lo que sucedió y lo que podía haber sucedido, de modo que imitación y creación más que contradictorias resultan complementarias, para crear algo nuevo: la ficción.
Por qué ficción. Tres cuestiones debemos formularnos cuando enfrentamos la relación entre la ficción y la realidad: “por qué el hombre escribe y lee ficción, qué hay de la realidad que nos rodea en ella y cómo puede la ficción transformar nuestro conocimiento del mundo”, señala Fernández Urtasun.
En este sentido, según Julio Ramón Ribeyro, “muchas cosas las conocemos o las comprendemos solo cuando las escribimos. Porque escribir es escrutar en nosotros mismos y en el mundo con un instrumento mucho más riguroso que el pensamiento invisible: el pensamiento gráfico, visual, reversible, implacable de los signos alfabéticos”. Para él, la escritura se convierte entonces en una traducción de la realidad a un lenguaje que pueda entender él como autor y, con él, o justo tras él, nosotros sus lectores.
A pesar de ello, también la lectura se ha convertido de un tiempo a esta parte en objetivo de la mentalidad cuantificadora, aquella que reduce todo a números, a escalas, a diagramas, a curvas, de modo que cada vez con mayor frecuencia se descubre a quien piensa que leer mejor es leer más rápido, como si la lectura fuera un obligado ejercicio de natación, y no de buceo en el que lo importante es alcanzar la mayor profundidad posible.
Nuccio Ordine nos alerta del peligro: “Si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, solo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento […] será de verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad”.
Tal vez, leer no nos hace mejores, como lo demuestra que el mundo esté lleno de idiotas ilustrados; pero, si lo consentimos, leer sí nos hace más humanos, más personas. Por ello, quizás, en estos tiempos de pandemia, cuando todo parece en peligro, incluso la libertad individual y el sentido de comunidad que salvaguarda el bien común, leer se ha convertido en un ejercicio de resistencia que nos saca de nosotros mismos, mirando a los otros sin la mascarilla mental del prejuicio, descubriendo en ellos una parte desconocida de lo que somos