Al enfermo se le cuida no en virtud de un favor, sino de la justicia. Es decir, la única respuesta justa ante la vulnerabilidad es la “ética del cuidado”.
Por Carlos Guillén. 09 octubre, 2020.La pandemia del COVID-19 ha hecho que los sistemas de salud pasen por grandes pruebas. En momentos críticos, se ha tenido que seleccionar los pacientes que podían recibir cuidados intensivos. En el Perú, hemos hecho campañas para conseguir oxígeno y medicinas para nuestros adultos mayores, mientras que otros países con más recursos les han negado la atención por su edad. Por su parte, naciones como España han aprovechado para discutir la despenalización de la eutanasia.
Ante una globalizada “cultura del descarte”, la Iglesia ha querido recordar el valor inviolable de toda vida humana en una carta titulada “El buen samaritano” (Samaritanus bonus). Partiendo de esta verdad básica de la ley moral natural, enseña “que la eutanasia es un crimen contra la vida humana porque, con tal acto, el hombre elige causar directamente la muerte de un ser humano inocente”.
Siendo la vida humana el primer bien común, la razón de ser del derecho es tutelar la vida de las personas que viven en sociedad, no buscar su muerte. Con más razón si se encuentran en estado de máxima debilidad, en cuyo caso “el único verdadero derecho es a ser acompañado y cuidado con humanidad”. Al enfermo se le cuida no en virtud de un favor, sino de la justicia. Es decir, la única respuesta justa ante la vulnerabilidad es la “ética del cuidado”.
El citado documento subraya el papel crucial de la familia al lado del enfermo terminal, porque “en ella la persona se apoya en relaciones fuertes, viene apreciada por sí misma y no solo por su productividad”. Pero, puntualiza que “la familia necesita la ayuda y los medios adecuados. Es necesario, por tanto, que los estados reconozcan la función social primaria y fundamental de la familia y su papel insustituible, también en este ámbito, destinando los recursos y las estructuras necesarias para ayudarla”.
Lamentablemente, la infraestructura hospitalaria no está pensada para facilitar una presencia continua de la familia, ni hay alojamientos para quienes vienen de otros lugares a cuidar a sus familiares hospitalizados ni reciben ayudas para costear sus medicinas o para darles calidad de vida en sus últimos días. Ojalá todo esto pueda ser tenido en cuenta en este proceso de replanteamiento al que nos ha obligado la pandemia, en favor de un mejor trato a nuestros seres queridos enfermos, porque aunque no todo se pueda curar, siempre se puede cuidar.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.