La niña de la bicicleta -con tapabocas y y chiquita- lo dejó claro: quien quiere dialogar, dialoga. E, incluso, convence a otros para que también dialoguen.
Por Enrique Banús. 07 diciembre, 2020.Regresaba yo ayer de comprar algo en la bodeguita; llegando ya a mi casa había (parada en la vereda) una señora en su bicicleta; conversaba con una vecina, amiga, pariente, comadre (¿qué sería?). Delante en la bicicleta, una sillita. Sentada allí, una niña chiquita. Todos con su tapabocas. Cuando me acerco, la niña me saluda agitando su manita. Supongo que sonríe. Yo respondo con el mismo saludo y sonrío. Quizá también ella supone que sonrío. El caso es que el saludo suyo no es suficiente para la niña. Agarra la mano de la señora que conversa, la despega del manillar y le hace saludar. La señora ríe y sigue el juego.
En la universidad va a terminar pronto un año académico. Un año muy complicado, bastante agotador. Con clases virtuales, con problemas tecnológicos, didácticos -no estábamos preparados-, sin mucha experiencia en lo “no presencial” … y, muchas veces, frente a un muro de nombres, algunas fotos y pocas caras. Muchos estudiantes no prenden la cámara. Dicen que es por la conectividad. O porque tienen que pagar por los datos. Seguro que en muchos casos es así. En otros, probablemente no; ¿es, quizá, como un cierto pudor a tener a la gente en su casa, en su propio cuarto muchas veces? El caso es que muchos “no dan la cara”. Y quizá no se dan cuenta de cuánto se extraña ver siquiera una mirada, sentir esa relación personal, ese diálogo, incluso sin palabras.
Además, ironías de la vida, el curso que tocaba impartir era sobre Interculturalidad. Interculturalidad es diálogo. Precisamente en este semestre, a la distancia, tantas veces con cámaras no prendidas. Y, en semanas tan intensamente complicadas, desafiantes también en el mundo interior de cada uno, en medio de tanta agitación política, económica, sanitaria; semanas en las que todos hemos descubierto experiencias y verdades importantes y también hemos perdido algo en la vida, aunque “sólo” sea una parte de la libertad, durante meses.
A veces, uno simplemente da sus clases; otras veces, son las clases las que “le dan” a uno.
Así, esta vez: golpeado porque uno se pasa las clases hablando de diálogo intercultural en toda esa vorágine de acontecimientos que se iban acelerando en revoluciones -como los viejos discos de vinilo- que parecían descontroladas, el diálogo parece fácil con los de la misma generación, las mismas inquietudes, las mismas opciones políticas. Pero ¿con “el otro”, el que parece que lo ha hecho todo mal, el que parece que piensa para atrás o para el costado -derecho o izquierdo- o hacia el abismo?
Interculturalidad. Casi siempre se entiende como la relación con quien, dentro del mismo país, habla otro idioma -lenguas originarias las llamamos-, procede de otra cultura y merece respeto, todo el respeto. Sí, así es. Y mucho más: Intercultural es el diálogo entre los diferentes – cualquier diferente. Diálogo con “el otro”. Y hay muchos “otros”: de otra generación, por ejemplo, o de otra orientación ideológica o política -incluso futbolística-, otros con los que se puede vivir en la distancia o en la virulencia, el estereotipo y la descalificación.
Y surgen preguntas: ¿cuánto estará dialogando la generación del Bicentenario con otras generaciones? ¿Y los mayores con ellos? ¿La izquierda con la derecha, los que votaron en contra con los que votaron a favor, los de un color político con los de otro, los supuestamente “golpistas” con los supuestamente “subversivos”? Quien considera a los otros, a ciertos otros, como enemigos, no dialoga, lucha. Y caben sólo ataques y reproches. Palabras como dardos, palabras como armas. Convencido de que sólo se puede construir si se destruye al otro. O los ve como alguien que no tiene nada que decir; en ese caso, los ignora.
Dialoga quien está convencido de que sólo se construye con visos de estabilidad si se hace con “los otros”, por muy “otros” que sean, palabras como puentes.
Estos pensamientos e ideas no son análisis políticos o sociales, sólo pequeñas reflexiones desde un pequeño curso que a uno le ha tocado dar. Pero, es que la niña de la bicicleta -con tapabocas y chiquita- lo dejó claro: quien quiere dialogar, dialoga. E, incluso, convence a otros para que también dialoguen.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.