El cambio de tendencia que llega ahora a Colombia puede tener una doble lectura, un efecto de cambio desde el punto de vista interno y un efecto contagio de factores políticos externos.
Por Susana Mosquera Monelos. 27 junio, 2022. Publicado en El Tiempo (Suplemento Dominical), el 26 de junio de 2022.El 19 de junio los colombianos hicieron historia, “por vez primera la izquierda va a gobernar el país”. En estos, o similares términos han presentado los medios de comunicación de medio mundo la noticia de la victoria de Gustavo Petro.
En verdad, resulta increíble que en más de 200 años de vida independiente nunca haya habido un presidente de izquierdas gobernando Colombia. Es evidente que sí ha habido movimientos de izquierda en el país, pero distintas razones explican que nunca hayan llegado al poder: la violencia armada, las luchas del narcotráfico, la desaparición violenta de muchos candidatos, la enorme desigualdad que frena la participación política de muchos grupos sociales, por señalar los más evidentes. Esto ha colocado a Colombia en una posición singular dentro del espacio latinoamericano como una isla de conservadurismo mecida por las corrientes ideológicas cambiantes en los gobiernos de sus países vecinos.
El cambio de tendencia que llega ahora a Colombia puede tener una doble lectura, un efecto de cambio desde el punto de vista interno y un efecto contagio de factores políticos externos. Desde la perspectiva nacional, la victoria del candidato Petro representa un giro radical de tendencia, un político con reconocidos vínculos con el Movimiento M19 en su época estudiantil, con una propuesta de reformas importantes en materia educativa, salud, energética, pero, sobre todo, con una propuesta de paz basada en la aplicación de los Acuerdos firmados en 2016 con las FARC.
Desde el punto de vista externo, este proceso electoral en Colombia vuelve a mostrar la precariedad democrática de los tiempos actuales, con su enorme dificultad para generar debate político, con mucha manipulación electoral, con actos de corrupción, presenta la grave fragmentación política de la sociedad lo que permite el influjo de las redes sociales como mecanismos de campaña, marketing, información y desinformación política. Tendencias que se repiten en muchas partes del mundo, que muestran la dificultad que tiene la política clásica para adaptarse a los tiempos modernos.
Pero, dejando a un lado las críticas que podamos plantear al sistema político, lo cierto es que el nuevo presidente iniciará su mandato con una propuesta de cambio que puede tener importantes consecuencias a nivel interno y regional. A nivel doméstico, parece evidente que por fin está en la agenda política cumplir con los acuerdos de paz, ya que no solo el partido del presidente presentaba esta propuesta electoral, pues esta parece ser una urgencia para muchos colombianos.
También resulta relevante la vocación de inclusión social del nuevo gobierno para un país el 2021 ha vivido movilizaciones de enorme impacto con serias reclamaciones sociales, pero sobre todo el nuevo presidente tiene proyectos radicales para controlar el problema que representa el narcotráfico para el país.
Esto lleva directamente a la cuestión de las relaciones exteriores de Colombia con Estados Unidos y con sus vecinos americanos. La tradicional estabilidad política de Colombia ha favorecido décadas de “relación especial” con los EE.UU. de la que ningún otro país sudamericano puede presumir. Se trata de una relación bilateral beneficiosa para ambos países, control de narcotráfico y mecanismos de colaboración económica han nutrido esa amistad, pero parece que en el nuevo escenario político será difícil mantener esa combinación. El nuevo presidente de Colombia plantea cambiar la estrategia de control del narcofeudalismo, mientras que para EE.UU. el escenario asiático reclama atención más urgente que sus vecinos del sur. Lo que coloca en la agenda política, con mucho interés, los efectos que tiene esta victoria de la izquierda en Colombia para el bloque de países de América Latina.
Son varios los analistas que han querido leer la victoria de Petro como un efecto contagio desde otros países vecinos que también han girado a la izquierda en recientes procesos electorales; y, con ello, interpretan esa afinidad ideológica como una oportunidad perfecta para potenciar las alianzas y bloques en la región. Lo cierto es que ya en la reciente cumbre de las Américas, celebrada unos días antes de la segunda vuelta electoral en Colombia, se había mostrado la existencia de ese bloque latinoamericano posicionado frente a EE.UU., pero no está claro que como bloque ofrezca mucho recorrido para las alianzas en Sudamérica. El hecho mismo de condicionar esas alianzas a la afinidad ideológica de los gobernantes, muestras la debilidad estructural que las podría destruir, pues al primer cambio en la línea política interna se romperá la coalición.
Sin embargo, en el contexto actual, las alianzas institucionales se convierten en mecanismos de suma importancia en un escenario geopolítico de mucha inestabilidad. La gestión de la pandemia ha mostrado la importancia de las redes de apoyo, colaboración y gestión entre los estados. Ahora son las consecuencias mundiales de seguridad alimentaria que puede tener la guerra en Ucrania las que hacen evidente la necesidad de contar con un mercado económico regional con el cual establecer vías de apoyo y colaboración. América Latina ha experimentado con muchos modelos de integración, pero todos con escaso éxito. Ojalá la nota histórica no sea solo la victoria de la izquierda en Colombia, sino la llegada de un cambio para el escenario de una real integración regional.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.