La docencia auténtica es actividad de descubrimiento en grupo. Es una aventura de unos que se apoyan en otros —como en un castillo de naipes— por la íntima afición a ir ampliando y profundizando (a la vez) el saber.
Por Luis Eguiguren. 11 julio, 2022. Publicado en El Peruano, el 9 de julio de 2022.Al celebrarse el 11 de julio, en el Perú, el Día del Docente Universitario, es oportuno considerar un texto del connotado intelectual peruano Víctor Andrés Belaunde Diez-Canseco (1883-1966) quien, desde muy joven, ejerció la docencia, primero, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Luego, en Estados Unidos, en las universidades de Columbia, Middlebury, Virginia y Miami. Siendo conferenciante en la Universidad Johns Hopkins y en la Universidad de Chicago. Estuvo comprometido constantemente en actividades académicas. Fue decano de la Facultad de Letras, vicerrector y rector interino de la Pontificia Universidad Católica del Perú (1946-1947). Gestionó la creación del Instituto Riva-Agüero en 1947 y, en 1965, fue nombrado Rector emérito de la PUCP.
En el siguiente texto de Belaunde, publicado en la página 405 del primer tomo de sus Memorias editadas en 1967, se lee:
«Desde el Colegio mi afición era la filosofía, sobre todo aplicada a la historia. Creía que el mejor medio de cultivarla era enseñando; docendo doceberis. No me bastaba la cogitación solitaria; enamorado, por herencia, del diálogo, creía en su eficacia y gozaba en la ideación comunitaria».
El autor de «Peruanidad», Belaunde, esclarece un lema guía para quienes se abocan sinceramente al ejercicio de la docencia universitaria: «docendo doceberis». La expresividad de esta locución latina es paradigmática. «Docendo» es un gerundio en caso ablativo instrumental. Deriva del infinitivo «docere». Entonces, «docendo» podría entenderse: por medio del «docere». «Docere» es, precisamente, la actividad propia del docente. En castellano, «docente» deriva del participio presente activo de «docere». El docente, según lo antedicho, es quien está ejerciendo la acción de «docere».
«Docendo doceberis» puede entenderse, por lo tanto, así: mediante el ejercicio de la acción de «docere», serás, a la vez, sujeto pasivo de esta misma acción, porque «doceberis», forma verbal, está en voz pasiva, modo indicativo y tiempo futuro imperfecto.
La docencia se puede entender como una acción transitiva, pues transita desde docente, emana de él influyendo en su entorno humano. Pero, esta acción tiene tal naturaleza que también afecta al docente, como sujeto pasivo, de ahí «doceberis». Esta es la auténtica manera de ser de la docencia: activo-pasiva; como activo-pasivo es el conocimiento humano esencial a la docencia. En tal sentido activo-pasivo son evocadoras las palabras de Belaunde: «No me bastaba la cogitación solitaria; enamorado, por herencia, del diálogo, creía en su eficacia y gozaba en la ideación comunitaria».
La actitud de diálogo en la docencia es fundamental para la eficacia de esta noble actividad. Para que el diálogo proceda, lo manifiesta Platón por ejemplo, es necesaria la amistad, la estima mutua, el respeto entre quienes lo desarrollan. La docencia es actividad eminentemente dialógica, racional.
En la razón se distinguen compenetradas la inteligencia y la voluntad. El diálogo es el medio donde prospera la búsqueda de la verdad y del bien, que son vitales para la persona humana. En el diálogo, las actitudes de apertura y mutua compenetración se precisan para fomentar la admiración, origen y fuente del saber, como lo destacan los primeros filósofos griegos. La estima recíproca entre quien está ejerciendo la docencia y quien la recibe es fundamental. Como se advierte en el lema «docendo doceberis», en la actividad docente se da y se recibe dialogando.
La docencia auténtica es actividad de descubrimiento en grupo. Es una aventura de unos que se apoyan en otros —como en un castillo de naipes— por la íntima afición a ir ampliando y profundizando (a la vez) el saber. Confiando en este, como aquello que trae todos los bienes y que buscamos libremente como bien pleno y alcanzable.
La sabiduría, a la que el docente se dirige y aspira, animando a otros a seguirlo, es un bien en sí mismo que trae todos los demás. Esta actitud óptima de la que el docente quizá pudiera a veces alejarse y a la que debiera ingeniarse para volver, es la más promisoria para la Universidad, institución que, gracias a docentes idóneos, siempre esperamos que cultive al «homo sapiens», a la persona ansiosa de saber, de entender; más que al «homo faber», que fabrica y produce con afán de conseguir éxito inmediato, sin perspectivas que contribuyan a que nuestro medioambiente sea floreciente y nuestras vidas más libres y solidarias; y sin aventurarse en la búsqueda de los tesoros de la verdad y del bien.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.