Ratzinger no estuvo nunca en contra de la razón. De hecho, fue uno de sus principales defensores. Proponiendo, eso sí, una concepción de la razón más amplia que el espacio confinado del positivismo.
Por Enrique Sánchez. 16 enero, 2023. Publicado en El Tiempo, el 16 de enero de 2023.Ha muerto Benedicto XVI: el Papa filósofo. Uno de los mayores pensadores del siglo XX. Le llamaron “dogmático”, pero siendo cardenal dialogó con Habermas. Le llamaron “cerrado”, pero tras llegar al papado conversó en persona con Hans Küng: uno de sus mayores críticos. Le llamaron “tradicionalista”, pero rompió una tradición de casi 700 años, renunciando al papado. Le llamaron “insensible”, pero escribió su primera encíclica sobre el amor (divino y humano: caritas, agape y eros).
Ratzinger era, de hecho, un hombre de enorme sensibilidad. Disfrutaba tocando a Mozart. Vibraba con los libros. Paladeaba cada símbolo de la liturgia (sobre ella escribió el bello libro “El espíritu de la liturgia”). Era tímido. Por eso, como los japoneses, no reía: sonreía. Por eso, parecía asustado ante las muchedumbres, como si esperase el primer momento para escapar a su biblioteca y releer a san Agustín o a Von Balthasar.
Ya desde su primera lección inaugural, como joven profesor en Bonn (1959), afirmó que no había un abismo infranqueable entre el Dios de la fe y el Dios de los filósofos. Que Dios era trascendente, sí, pero reconocible en la analogía de los seres. Que se le podía sentir, y también pensar. Porque es Amor y, también Logos. Y “Logos significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse, pero precisamente como razón”.
Ratzinger no estuvo nunca en contra de la razón. De hecho, fue uno de sus principales defensores. Proponiendo, eso sí, una concepción de la razón más amplia que el espacio confinado del positivismo, con múltiples dimensiones, en la que caben las preguntas decisivas sobre la ética y sobre Dios. ¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? ¿Por qué el ser y no la nada?
En mi juventud, aprendí teología con Ratzinger. Todos sus libros son luminosos. Comunicaba lo más difícil del modo más claro. Sabía hablar a los expertos, como en “Introducción al cristianismo” (1968). Y sabía explicar el cristianismo a todos, sin esconder nada. Sin rehuir las preguntas más difíciles. En este sentido, les recomiendo su libro-entrevista “Dios y el mundo” (2001): una introducción profunda y sencilla al cristianismo.
Algunos intentaron utilizarlo como ariete contra el papa Francisco. Nunca se prestó a ello. Porque amaba la Iglesia; y era, ante todo, un hombre bueno. Que nunca quiso poder o notoriedad. Que solo quiso servir, a todos, desde la Iglesia; calladamente o hablando a multitudes, si era necesario.
En un mundo relativista, donde lo fácil es adaptar los principios al gusto del público, Ratzinger comunicó siempre lo que entendía como verdad: como mensaje divino recibido. Por eso fue y será inspiración para muchos de nosotros. Gracias por regalarnos tu fe, tu serenidad, tu sonrisa, tu conocimiento, tu luz. Descansa en paz, querido Joseph.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.