26

Mar

2024

La manipulación de la historia

Los historiadores son seres humanos e investigan y escriben sobre el pasado con elementos subjetivos. Manipular la historia, hoy en día, se ha vuelto tarea cotidiana. El acceso a Internet y el uso masivo de redes sociales han permitido expresar diferentes formas de entender e interpretar los hechos del pasado.

Por Alberto Requena. 26 marzo, 2024. Publicado en Diario El Peruano 16 de marzo del 2024

A ello se le suma la pérdida del criterio de autoridad bajo el cual historiadores y humanistas eran vistos como las únicas fuentes confiables de los datos del pasado. Ahora, cualquier individuo puede –vía online– pedir reinterpretar o solicitar sentir un hecho histórico bajo nuevos criterios y emociones a la luz de las miradas revisionistas actuales. Una de sus manifestaciones más preocupantes es la llamada cancelación cultural.

Según esta, la historia debe ser depurada de cualquier protagonista sospechoso de haber cometido acciones cuestionables contra la ética del “ahora”. El presente ya no tiene espacio público para personajes “inmorales” como Cristóbal Colón, Benjamin Franklin, Winston Churchill o Francisco Pizarro. El presentismo marca el sentido moral; el pasado debe ajustarse a ello.

Las leyendas negras. Contar la historia desde la ciencia histórica no es tarea fácil. Eliminar los prejuicios, el sentido patriótico o los rencores nacionales es un deseo plausible, pero muchas veces poco realista. Los historiadores son seres humanos y, como tales, investigan y escriben sobre el pasado con elementos subjetivos que pueden “contaminar” su obra. A veces, esta subjetividad –desbordada– puede alimentar visiones fragmentadas, edulcoradas o hepáticas sobre las épocas pretéritas que estudia. La leyenda negra es un ejemplo de cómo se pueden construir visiones o narrativas en torno al pasado.

Estas formas parciales de ver el mundo del ayer han sido animadas por cuestiones personales, institucionales o nacionales. Hablar mal del otro, desautorizarlo, “evidenciar” sus yerros por medio de libros y escuelas historiográficas es más común de los que se podría creer. Con ello, no quiero defender su origen y vigencia, solo deseo expresar su realidad. El historiador posee un deber, que es ser objetivo, honesto y veraz; pero este mismo historiador pertenece a una patria, posee unos valores y tiene convicciones sobre él y los demás.

Reescribir públicamente la historia. Lo ocurrido en Estados Unidos en el 2020 avivó los reclamos del movimiento Black Lives Matter. La muerte de George Floyd a manos de unos policías, tras su detención, destapó una serie de debates acerca de qué estructuras mentales existían aún entre los estadounidenses que permitían que aquellos abusos ocurriesen. Volvieron –al discurso nacional– las teorías culturales sobre el racismo, la subalternidad y el poder. Las televisoras, radios y medios digitales avivaron las voces de protesta frente a tales injusticias. El grave problema fue que la sociedad se polarizó entre los “negros abusados” y los “blancos abusadores”. Estados Unidos desenterró el ataúd de la esclavitud y se recordaron las jerarquías sociales e históricas que habían regido en el norte de América desde su fundación.

Tras ello se originó una serie de actos violentos dirigidos a atacar el patrimonio cultural de las diferentes ciudades norteamericanas. Por ejemplo, las esculturas de Cristóbal Colón comenzaron a ser derrumbadas con autorización de los gobiernos locales o sin esta. Se comenzó a “respirar” abiertamente que había que borrar de la memoria pública cualquier personaje que hubiese sido un vulnerador de derechos humanos, un esclavista, un conquistador o alguien que hubiese utilizado el poder para cometer crímenes de lesa humanidad.

Las nuevas generaciones. No es nuevo el fenómeno de la llamada cancelación cultural o histórica. Siempre han existido y convivido posiciones enfrentadas; sin embargo, la peculiaridad de la cancelación contemporánea yace en su forma. Para esta no solo basta con debatir y convivir, sino que también hace falta imponer públicamente una sola versión de los hechos; así, los que piensen diferente deben ser callados y obligados socialmente a reconocer su error.

Nadie puede levantar la voz en pro de una idea que valore y reconozca mérito sobre aquello que acaba de ser vetado, censurado, en sí, cancelado. Es como si se impusiera una nueva religión sin perdón y sin salvación. Cualquier persona que se equivoque solo tiene un camino: el de la proscripción social. No hay espacio público para personajes de dudosa moral. La ética actual es rigorista. El presente se impone sobre el pasado. Si el pasado molesta, entonces lo cambiamos. Y en ese proceso, además, “hacemos justicia histórica”.

Comparte: