La naturaleza humana es algo maravilloso y no necesitamos frotar la lámpara para que un genio maléfico la malogre, aunque sea con el afán de mejorarla o cambiarla por otra que nos transformará en algo irreconocible.
Por Jaime Millás Mur. 09 septiembre, 2024. Publicado en ExaudiCon el título “La singularidad está más cerca: cuando nos fusionamos con la IA” Ray Kurzweil, futurista y científico estadounidense nos traslada a un mundo en el que se logrará la inmortalidad gracias a la inteligencia artificial. Se trata de modificar nuestra naturaleza mediante la tecnología y así transformarnos en posthumanos. El libro The Singularity is Nearer (La singularidad está más cerca ), que acaba de publicar y que es continuación de The Singularity is Near (2005), Kurzweil nos relata que los seres humanos estamos a punto de entrar a una nueva época en la que se dará la fusión del hombre con la inteligencia artificial (IA). La palabra singularidad proviene de la física de los agujeros negros ya que seríamos absorbidos por la cada vez más perfeccionada capacidad informática.
Ciertamente el autor de este libro ha predicho algunas cosas con bastante éxito como la red global de información, los dispositivos móviles vinculados a esa red o el análisis de radiografías mediante una red neuronal de forma muy convincente. También ha adelantado que en 2029 tendremos una IA capaz de imitar a un ser humano, cuestión que nos parece mucho más próxima actualmente.
En su última publicación, Kurzweil asegura que para 2029 la IA será “mejor que todos los humanos” en “todas las habilidades que posee cualquier ser humano”. Anuncia que, la energía solar, gracias a la IA, será la que domine el suministro energético global con acceso a bienes de consumo gratuitos, lo que “permitirá satisfacer fácilmente las necesidades de todos” en la década de 2030.
Si hablamos de Medicina, hay una parte del libro que trata sobre la vacuna para la COVID-19 y que dice textualmente: “Pero, con diferencia, la aplicación más importante de la IA a la medicina en 2020 fue el papel clave que desempeñó en el diseño de vacunas seguras y eficaces contra la COVID-19 en un tiempo récord. El 11 de enero, las autoridades chinas publicaron la secuencia genética del virus. Los científicos de Moderna se pusieron a trabajar con potentes herramientas de aprendizaje automático que analizaron qué vacuna funcionaría mejor contra él y, tan solo dos días después, habían creado la secuencia de su vacuna de ARNm.
El 7 de febrero se produjo el primer lote clínico. Tras las pruebas preliminares, se envió a los Institutos Nacionales de Salud el 24 de febrero. Y el 16 de marzo, tan solo 63 días después de la selección de la secuencia, se administró la primera dosis al brazo de un participante del ensayo. Antes de la pandemia, las vacunas tardaban normalmente entre cinco y diez años en desarrollarse. Lograr este avance con tanta rapidez seguramente salvó millones de vidas.”
“El objetivo a largo plazo son los nanorobots”, dice Kurzweil. Refiere que pronto los nanorobots se alimentarán en el sistema circulatorio de los seres humanos y alcanzarán nuestro cerebro para conectar el neocórtex a la nube y así incrementar “millones de veces” nuestra inteligencia. A esto se refiere cuando habla de “la Singularidad”. Así los nanobots nos llevarán a un mundo virtual y podremos por ejemplo disfrutar de unas “vacaciones virtuales en la playa para toda la familia y con una gran carga sensorial” sin necesidad de salir de nuestro confortable sillón. Profetiza que la nanotecnología logrará el mejoramiento del cuerpo humano y eso hará que podamos “correr mucho más rápido y durante más tiempo, nadar y respirar bajo el océano como los peces, e incluso dotarnos de alas funcionales”.
El autor de este libro considera que la prueba de Turing, es decir que las computadoras alcancen una inteligencia comparable e imposible de distinguir de la de un ser humano, llegará antes de 2030 y con una “capacidad sobrehumana”.
En realidad, no sabemos si estamos ante un científico o ante un novelista utópico pero muy interesante. Sostener que, con los grandes modelos lingüísticos, las máquinas podrán ser como cerebros humanos “en todas las formas que nos interesen en las próximas dos décadas”, y asegurar: “Por fin tendremos acceso a nuestro propio código fuente”, es muy audaz pero poco creíble. No se puede identificar la informática con la conciencia o con la inteligencia humanas.
Decir que la conciencia es “muy parecida a una fuerza fundamental del Universo” revela que el autor confunde diferentes planos y realidades, como si algo espiritual o inmaterial se pudiera asimilar a algo tangible. Por eso comenta que “es el tipo de complejidad de procesamiento de información que se encuentra en el cerebro lo que ‘despierta’ esa fuerza en el tipo de experiencia subjetiva que reconocemos”. Por señalar que algo es complejo, no se sigue que de él emerja una realidad diferente, como por arte de magia.
Este imaginativo autor anuncia que los nanobots copiarán nuestros recuerdos para almacenarlos en la nube. Nos asegura que el avance de la IA y la nanoingeniería “nos permitirá rediseñar y reconstruir –molécula por molécula– nuestros cuerpos y cerebros y los mundos con los que interactuamos”. Y que las personas podrán conseguir la “velocidad de escape de la longevidad”, vivir mucho más, hacia 2030. En el fondo, la lucha de Kurzweil es contra la muerte para tratar de devolver la vida a su padre Fredric, aunque sea como un avatar virtual. Para conservar la identidad de alguien, almacena en forma digital todos sus escritos, sus palabras. Luego debería unir las copias virtuales con cuerpos físicos “crecidos a partir del ADN de la persona original”, de manera que sea posible “continuar una relación con esa persona, incluso una física, incluido el sexo”. Todo nos conduce a “fundirnos” con la IA y asevera: “no se está quitando nada. Se añadirá mucho”.
Ray Kurzweil esta decepcionado con su naturaleza humana, le gustaría aprender más rápido y superar sus incertidumbres, miedos o heridas. Pero está seguro de que podremos desaparecer la muerte, reproducir nuestra propia vida y hacerla más perfecta liberándonos de las debilidades biológicas actuales, todo gracias a la singularidad. Lo que termina siendo una especie de religión tecnológica en la que se sustituye a Dios por algo que no se sabe bien qué es ni cómo funciona, pero en lo que se tiene una fe ciega.
Aunque el autor es consciente de que algo puede salir mal o muy mal; sin embargo, su fe en la tecnología lo lleva a pensar que en ella estará la solución de los problemas que se presenten. Pero el peligro sigue existiendo y puede acabar en tragedia. Sin embargo, este futurólogo nos promete que “Si podemos hacer frente a los desafíos científicos, éticos, sociales y políticos que plantean estos avances, transformaremos profundamente la vida en la Tierra para mejor”. Todo queda entonces en una promesa sujeta a condiciones que, en mi opinión, no se van a cumplir.
Soy científico y admiro la ciencia y la tecnología, incluidos los avances en IA, pero esta propuesta me genera muchas dudas. La naturaleza humana es algo maravilloso y no necesitamos frotar la lámpara para que un genio maléfico la malogre, aunque sea con el afán de mejorarla o cambiarla por otra que nos transformará en algo irreconocible. Dejemos de lado la singularidad que nos propone el genio futurista y valoremos la singular maravilla de seguir siendo humanos.