El amor es sencillo y a la vez entrañable, alegre en el dolor y sereno en el bienestar. Es misterioso y diáfano, es lo único que puede dar felicidad. El amor y el desamor forman parte de la humanidad, y gran parte de su historia se explica desde su perspectiva. El amor es inefable, desborda […]
Por César Chinguel. 15 mayo, 2015.El amor es sencillo y a la vez entrañable, alegre en el dolor y sereno en el bienestar. Es misterioso y diáfano, es lo único que puede dar felicidad. El amor y el desamor forman parte de la humanidad, y gran parte de su historia se explica desde su perspectiva.
El amor es inefable, desborda la inteligencia humana. No se mueve en el plano abstracto sobre el cual se pueda elaborar un modelo científico que explique su comportamiento. El amor no es cuestión de química o de psicología, aunque algunas de sus manifestaciones tengan que ver con estas ciencias, porque el hombre posee dimensiones biológicas y somáticas. Cuando se intenta limitar la grandeza del amor al conocimiento de las ciencias particulares, al ser éstas incapaces de dar respuestas satisfactorias, se cae –inevitablemente– en el error llegando incluso al escepticismo de su existencia.
La naturaleza personal del ser humano se justifica en el amor. Somos personas precisamente para ser “amables” y poder amar. O se entiende al hombre como un ser orientado a su realización plena en la unión con Dios en el Amor, a través de los diversos amores humanos, o no se le entenderá nunca.
El amor humano por excelencia es el amor conyugal. En los diversos amores que florecen en una familia, los que se aman, no se eligen el uno al otro, se aman porque son familia. Los padres no eligen “quién” será el hijo que procrean, el hijo nace y se le ama simplemente porque “es” el hijo. No se elige a los hermanos, tíos, abuelos.
Sólo los cónyuges se eligen el uno al otro y deciden entregarse a sí mismos para toda la vida, ¿no es esta la máxima manifestación de libertad humana? El poder dar la propia vida para siempre. Por eso, el amor conyugal es el núcleo que regenera a la familia y desde ella renueva a la sociedad. Todos los amores familiares se renuevan al calor del amor conyugal.
La vida ordinaria de familia enseña a dar y a acoger sin condiciones. En la familia se aprende a perdonar, a escuchar, a obedecer; pero sobre todo, se aprende a amar.