Este género literario generó polémica sobre su aprobación como una obra literaria. En esta entrevista, Crisanto Pérez Esain, profesor de la facultad de Humanidades, explica las peculiaridades de estas narraciones.
Por Jaim Córdova. 06 julio, 2015.Un microcuento es un cuento breve en el que la carga narrativa, más que mostrarse con palabras, tan solo se insinúa, sugiere y, es el lector quien debe no solo completar la información con su conocimiento del mundo sino incluso trazar sus posibles significados, el desarrollo de la historia narrada o desenlace del conflicto.
Si el cuento en sí mismo se caracteriza por ser breve, por apuntar al final desde el comienzo, el microcuento establece el afán sugeridor como uno de sus principales presupuestos. Por ello mismo en muchas ocasiones hace uso de palabras ambiguas, juega con los dobles o triples sentidos, como en el cuento de Monterroso ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’, donde el verbo ‘despertar’ nos lleva a la dimensión del sueño en el que ha podido aparecer el dinosaurio, pero también al momento anterior en el que se quedó dormido. Ello podría explicarse no solo bajo el supuesto de que el dinosaurio hubiera podido traspasar la dimensión onírica hacia la realidad, sino también que el dinosaurio ya estaba ahí antes de que el personaje se quedara dormido.
En otras ocasiones, el autor juega con referencias intertextuales; es decir, escribe microcuentos en los que propone otros finales de historias de sobra conocidas por los lectores o incluso otros comienzos. De esa manera, el autor da por sentado el conocimiento que el lector tiene sobre los protagonistas y facilita la implicación del mismo para darle sentido a lo que está leyendo. Así, por ejemplo, nos encontramos con cuentos de Marco Denevi en los que hace referencia a obras literarias ya existentes como en ‘Dulcinea del Toboso’, ‘Epidemia de Dulcineas del Toboso’ o en ‘El precursor de Cervantes’. Otras veces esos guiños o referencias intertextuales apuntan a la literatura infantil, como en ‘La bella durmiente del bosque y el príncipe’, también del mismo autor.
En ocasiones, el efecto sugeridor se alimenta del conocimiento del mundo o de la historia por parte del lector; en otras es el propio título el que dirige la posible interpretación del lector.
¿Qué diferencia un microcuento de una frase o enunciado?
La principal diferencia sería la carga narrativa que puede tener. No debemos olvidar que un microcuento únicamente se diferencia del cuento por su menor extensión que, debe entenderse como un texto narrativo de ficción en el que, a diferencia de la novela, se procede por la búsqueda de intensidad y brevedad, guiado siempre por esta última característica. Por lo tanto, la principal diferencia respecto a otros textos de breve extensión serían su ficcionalidad y narratividad. Al fin y al cabo, se trata de contarnos una historia.
¿Cómo aparece este género y cuáles se podrían considerar como ejemplares?
Como género de escritura y lectura habitual se puede considerar algo contemporáneo, aunque en la Edad Media existían colecciones de exempla, que contenían cuentos muy breves que ilustraban una virtud o las consecuencias de un vicio o un defecto. Los bestiarios medievales también solían contener relatos muy breves, con los que explicar los poderes o características particulares de los animales (reales o imaginados). Si bien eran textos de naturaleza descriptiva, en ocasiones contenían un relato mínimo que servía de ejemplo de las propiedades del animal al que se referían. Estos libros tienen cierta importancia porque a través de ellos sabemos de la existencia imaginaria de animales fabulosos como dragones, unicornios, harpías y demás seres extraordinarios.
En el siglo XX, algunos autores de cuentos entraban en este género sin apenas darse cuenta. Podemos pensar en Jorge Luis Borges con ‘Los dos reyes y los dos laberintos’ o Cortázar y su ‘Continuidad de los parques’ o su colección de instrucciones ‘Instrucciones para subir una escalera’, ‘Instrucciones para matar hormigas en Roma’, etc. Mario Benedetti también tiene microcuentos muy interesantes, como ‘A imagen y semejanza’. Además, hay autores hispanoamericanos que se han especializado en el cultivo de este género narrativo, como Augusto Monterroso y su ya clásico “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” o su selección ‘La oveja negra y otras fábulas’. Escritores españoles se han prodigado también en este género y, aunque la lista sería inacabable, mencionaré dos microcuentos que personalmente me encantan y suelo trabajar en mis clases de literatura: ‘Soledad’, de Pedro de Miguel y ‘Nagasaki’, de Alfonso Sastre, mucho más conocido en España como autor de teatro experimental.
Tres ejemplos de microcuentos
- ‘El Espejo que no podía dormir’
Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico. (Augusto Monterroso).
- ‘Soledad’
Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad. (Pedro de Miguel).
- ‘Dulcinea del Toboso’
Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y de Francisca Nogales. Como hubiese leído novelas de caballería, porque era muy alfabeta, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen y le besaran la mano, se creía joven y hermosa pero tenía treinta años y pozos de viruelas en la cara. Se inventó un galán a quien dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de lances y aventuras, al modo de Amadís de Gaula y de Tirante el Blanco, para hacer méritos antes de casarse con ella. Se pasaba todo el día asomada a la ventana aguardando el regreso de su enamorado. Un hidalgo de los alrededores, un tal Alonso Quijano, que a pesar de las viruelas estaba prendado de Aldonza, ideó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en su rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario don Quijote. Cuando, confiando en su ardid, fue al Toboso y se presentó delante de Dulcinea, Aldonza Lorenzo había muerto. (Marco Denevi).