La fuerza bruta ejercida contra otros, inocentes en un conflicto, es pura barbarie. Es lo que hacen quiénes, de tiempo en tiempo, toman las carreteras como medida de fuerza para hacerse oír ante sus reclamos no resueltos. Reclamos legítimos en muchos casos y otros de muy dudosa legitimidad. La reciente toma de carreteras por los […]
Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 14 mayo, 2012.La fuerza bruta ejercida contra otros, inocentes en un conflicto, es pura barbarie. Es lo que hacen quiénes, de tiempo en tiempo, toman las carreteras como medida de fuerza para hacerse oír ante sus reclamos no resueltos. Reclamos legítimos en muchos casos y otros de muy dudosa legitimidad. La reciente toma de carreteras por los mineros del sur es sólo una muestra de esta barbarie a la que estamos expuestos los demás peruanos, en un acto que no hay derecho que ampare. Se nos obstaculiza la libertad de tránsito que los países civilizados hemos conquistado y de las que nos sentimos orgullosos.
Las noticias de esos días me han generado una profunda indignación, a tal punto que el reclamo de los mineros informales, desapareció de mi mente, para quedarme sólo con el atropello de los manifestantes. Un pasajero muere de infarto cardíaco, un niño necesita de Dios y su ayuda para llegar a su tratamiento médico, miles de personas varadas en la carretera. Por la radio seguí con detenimiento el curso de los acontecimientos. Los dirigentes anunciaban, luego de la promulgación del decreto que permitía la comercialización del oro por dos años, que estudiarían el caso y ya verían si levantaban su medida de fuerza. Uno de ellos, declaró que “por razones humanitarias y motu propio” dejarían circular a los vehículos, pero sólo era una tregua. Pensé, ¿en qué país viven estas personas? ¿Desde cuándo hace falta apelar a “razones humanitarias” para circular por el territorio nacional? ¿Quién correrá con los gastos que han ocasionado a los miles de peruanos afectados por su medida abusiva? ¿Quién responde de la muerte del pasajero? Vivimos en un Estado de Derecho y todos estamos sujetos a la ley y el más mínimo sentido de justicia, acuñado por la cultura jurídica romana de la cual bebemos, dice que en mis actos no debo dañar a los terceros. Quienes toman carreteras, bloquean caminos, impiden el libre tránsito de los peruanos, infringen la ley con el único argumento de la fuerza: deben responder por el daño material y humano que causan.
Estamos en el Perú, no es el Edén, pero tampoco es el Infierno. Los conflictos sociales aparecen en menos que canta un gallo, pero estamos en mejores condiciones para encontrar salidas razonables a ellos. El esquema “nosotros somos los buenos y ellos los malos” es demasiado simple. Para los manifestantes, el malo es el Estado y como no oye se van a las manos: todos perdemos. Con dirigentes intemperantes no vamos a ningún sitio. Hay que caminar los senderos de la legalidad, aunque sean largos y tediosos. Todas las partes han de poner lo suyo y como ya recordara en otro artículo, es éticamente reprobable hacer el mal para conseguir el bien. Es lo que hacen los que toman carreteras: violan los derechos de los peruanos impidiendo el libre tránsito para conseguir con esa presión sus reclamos que, por cierto, no siempre son “buenos”. El acto ilícito al que recurren deslegitimiza su reclamo.
Apuesto por el Estado de derecho y por el respeto a la ley. Cordura en la protesta y rapidez por parte del Estado para salvar soga y cabra, es decir, la libertad de tránsito de los ciudadanos y los reclamos de los manifestantes, cuando el derecho los asista. Y ahora que está de moda hacer manifiestos, propongo uno: seamos razonables, acabemos con la barbarie, venga de donde venga. Que los peruanos, sin permanecer indiferentes a los problemas de nuestro país, podamos movernos libres del miedo a las piedras y bloqueos en las carreteras.
Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales.
Universidad de Piura.
Artículo publicado en el diario El Tiempo, lunes 14 de mayo de 2012.