“En todo Piura resuenan tonadas y pasillos, valses lentos, los huaynos que bailan los serranos golpeando el suelo con los pies descalzos, ágiles marineras, tristes con fuga de tondero”. De esa manera, Vargas Llosa describe en La casa verde (1966), el ambiente de fiesta de una ciudad, en la que suenan todos los ritmos. Mucho se […]
Por Carlos Arrizabalaga. 20 junio, 2012.“En todo Piura resuenan tonadas y pasillos, valses lentos, los huaynos que bailan los serranos golpeando el suelo con los pies descalzos, ágiles marineras, tristes con fuga de tondero”. De esa manera, Vargas Llosa describe en La casa verde (1966), el ambiente de fiesta de una ciudad, en la que suenan todos los ritmos.
Mucho se ha especulado en torno al nombre de este baile netamente piurano, que tiene que cerrar con broche de oro todas las celebraciones, suponiéndolo deformación de otros nombres como “bolero” o “lundero”, o adaptación de un presunto apodo que significara “caminar agachado, huidizo, perseguido”, según se le atribuya un origen gitano o africano a su ritmo, a su sensualidad o a su significación. En verdad, con los dos primeros términos no comparte sino el procedimiento por el que se sacan nombres de bailes con el sufijo “-ero”, lo cual solo demuestra que procede de otra palabra muy distinta.
Carlos Espinoza León escribió un premiado cuento a modo de estampa rural titulado “Los tutunderos” (1985), en el que intuye en ese apelativo el origen del tondero y es muy probable que tenga algo de razón, aunque tal vez no del modo como imagina el relato.
Nada puedo afirmar del ritmo, y este sería tal vez el mejor indicio de su origen, pero no tiene fundamento la opinión común de que la sensualidad sea exclusiva de un continente, cuando siempre hubo resistencia y voces de protesta contra los excesos en los bailes y fiestas populares igual aquí que en España, donde la “chacona” (precedente de la zamacueca, el tondero y la marinera) hacía furor y se extendía a toda Europa, el siglo XVII, como se ve en la famosa composición de Luis de Góngora:
¡Oh qué bien que baila Gil,
con las mozas de Barajas,
la chacona a las sonajas,
y el villano al tamboril!
Resulta interesante que “tondero” sea un nombre masculino (junto nombres de otros bailes como el “culén” o el “landó”, el “festejo”), frente a la anterior prevalencia de los femeninos (“chacona”, “marinera”, “resbalosa”, “mozamala” y “zamacueca”), no tanto porque su origen o protagonismo se atribuya más al varón o a la mujer sino porque el nombre sale de la elipsis de “el baile” o de “la danza”, revelando así, aquellos, una antigüedad menor, porque el español moderno prefiere decir “baile” y “bailar”, cuando las palabras preferidas en castellano antiguo eran “danza” y “danzar”.
López Albújar lo cuenta entre los ritmos que supone que se bailaban en la época en que transcurre su novela “Matalaché” (no eran tan antiguos), pues José Manuel, en medio del desafío, “la emprendió con la música de la tierra, con los tonderos morropanos, de fugas excitantes”. También música cubana: la habanera, el singumbelo, la guajira, pero gozan más la resbalosa, el agua de nieve, la moza mala, la mariposa, el tondero, el pasillo y el danzón.
Es casi la fecha que propone la señora Pina Zúñiga de Riofrío, en una colorida estampa. En su interesante libro “Música y danza folklóricas de Piura” (1984), atribuye a dos amigos apodados Ton y Cundiro el nombre del tondero, que habría sido creado hacia el año 1708 en las haciendas de Morropón, a partir de los ritmos de los “mangaches”. Otros le atribuyen una antigüedad aún mayor. Sin embargo, parece que desde la lejana Madagascar llegaron después que todos, y lo cierto es que en la zona de Morropón trabajaban ararás, congos, angolas y caravelíes –como se muestra en el contrato de alquiler que hizo el capitán don Juan de Sojo al capitán Juan de Palacios, en 1705, del trapiche de Morropón “con sus tierras, pastos y abrevaderos”–, pero no mangaches.
Siempre hay excepciones: un tal Juan Mangache, negro cimarrón, hijo de un Andrés Mangache, negro esclavo de Panamá, vino a Quito acompañando al padre Torres en 1586, con sus dos hijos, Pedro y Domingo, y en 1586 reclamaba a la corona la posesión de la tierra en la costa ecuatoriana de Esmeraldas.
El arpa se introdujo con las modas francesas en el siglo XVIII y se popularizó en tiempos republicanos y, del mismo modo, parece que, a mi modo de ver, el nombre de este baile tan vinculado con los mangaches se consagró recién en los tiempos del Mariscal Castilla, a mediados del XIX. No lo recoge Juan de Arona en su Diccionario de Peruanismos (1883), pero ya en 1907 Abelardo Gamarra menciona con naturalidad “un tondero de esos del norte que son tan famosos”.
Es probable que en algún caso los nombres sean metáforas por la similitud del ritmo o de evolución de los movimientos con faenas de la vida cotidiana, como la recogida de la planta llamada “culén” o el paso de los caballos que conducían los elegantes coches “landós”. Es seguro que “tondero” se trata también de una creación afronegroide de origen criollo. La tradición popular, que suele acertar más de lo que se cree, ubica su origen en Morropón, que siempre fue era una tierra dedicada casi íntegramente a la producción de azúcar (que requiere mucha mano de obra), pero donde siempre hubo también mucho ganado y curtiembres.
Pues bien, la característica que parece diferenciarlo del resto de géneros criollos tocados en guitarra fue su repetitivo “tun tun tun-tun” y no pocos sospechan que de ahí deriva el nombre. No niego la fuerza del fonosimbolismo, pero creo que más seguramente podría ser un simple derivado del verbo “tundir”, hoy ya poco usado. De “tundero” pasó a “tondero”. Guillermo Riofrío Morales dice que se llamaba “tundero” el instrumento de percusión o “lapa” que se empleaba como cajón. Seguro porque lo hacía el que tundía. Carlos Espinoza señala que en Las Lomas llamaban “tutunderos” a los negros traídos por un hacendado hacia 1865, y que les llamaban así por la “tutunda” que hacían con cilindros de agua y cuero a modo de bangos, poniendo ritmo –decía Manuel Acosta– a las cumananas. Tunderos son todavía unos personajes folclóricos de las fiestas de San Pedro en Cayambe, en la provincia ecuatoriana de Pichincha.
En todo caso el origen siempre nos lleva a “tundir” y no porque los esclavos recibieran tundas de sus amos: el baile no representa un castigo sino un cortejo. Más seguramente, el agacharse del bailarín tenía semejanza con el movimiento del “tundero” o “tutundero” (nombre local ya efímero, pese al cuento de Espinoza León): el español antiguo le llamaba: “tundidor”, esto es, del que trabajaba en las curtiembres y no ya en las tinas de jabón que describe López Albújar (el comercio inglés las hundió en la quiebra y luego fueron europeos los Arens, por ejemplo, los que emprendieron esta industria de nuevo). Con la piel de chivo piurano se hacían y se hacen todavía (aunque ya no aquí sino en China, que no paga lo que antes) los mejores guantes del mundo.
Debía ser habitual ver la labor de “tundir” los cueros para alisarlos, ablandarlos y facilitar su curtido. Dar una tunda todavía significa castigar y sinónimos de “tunda” son “paliza” o “cueriza”. “La Tunda” era el nombre de un semanario satírico nacional de 1893, en el que colaboró el joven Enrique López Albújar. Lo dirigía Manuel Belisario Barriga con un lema atronador: “Esta hoja no admite broma; aquí quien las da, las toma”.
Facultad de Humanidades.
Universidad de Piura.
Artículo publicado en el suplemento SEMANA, diario El Tiempo, domingo 17 de junio de 2012.