El límite desaparece y uno tiene la sensación de trabajar directamente en el bosque, bajo una gran sombra y con una sensación térmica agradable. Piura se encuentra en el desierto de Sechura, una ciudad rodeada de arena y dunas. El río apenas genera un tímido corredor verde que matiza un paisaje polvoriento. En este difícil […]

Por Dirección de Comunicación. 07 junio, 2016.

El límite desaparece y uno tiene la sensación de trabajar directamente en el bosque, bajo una gran sombra y con una sensación térmica agradable.

Piura se encuentra en el desierto de Sechura, una ciudad rodeada de arena y dunas. El río apenas genera un tímido corredor verde que matiza un paisaje polvoriento. En este difícil contexto, la Universidad de Piura ha conseguido reforestar un centenar de hectáreas con un bosque seco, un oasis de algarrobos en el que implantar sus instalaciones. El Taller de arquitectura intenta hacer frente a estas condiciones extremas mediante dos estrategias: la creación de una gran sombra y el planteamiento de un espacio radicalmente ventilado. Se huye de la arquitectura masiva que acumula el calor y que, o bien es inconfortable, o bien requiere aire acondicionado y conlleva un gasto energético inasumible.

Se optó por una estructura metálica y una cubierta de chapa conformada cuya altura oscila entre los 6 y los 9 metros. Bajo esta membrana (3 bóvedas de 12 por 21 metros), un gran colchón de aire que se renueva con la brisa más leve permite disipar la radiación de la cubierta. Un segundo techo, de tableros de madera prensada pintada de blanco y colgado de la estructura, evita la radiación y acota el espacio. Con capacidad para 120 mesas de arquitectura, el taller se abre al paisaje mediante una gran rasgadura de 36 metros de largo y 3 de alto. Un marco horizontal que responde a la componente igualmente horizontal del bosque de algarrobos en el que se inserta.

El eje longitudinal del Taller se orienta en dirección este-oeste para abrirse hacia el sur, de donde soplan los vientos dominantes. La cubierta se proyecta cuatro metros con respecto a la losa útil para evitar la iluminación solar directa y que en esta latitud viene tanto por el norte como por el sur. En los espacios intersticiales se introducirán especies vegetales adaptadas a este clima y que ayuden a frenar las partículas de arena en suspensión que pudiera arrastrar el viento así como a ahuyentar los insectos.

La fachada apenas existe. Una malla metálica vela sutilmente el paisaje. El límite desaparece y uno tiene la sensación de trabajar directamente en el bosque, bajo una gran sombra y con una sensación térmica agradable. En la parte superior, una vez superado un canal horizontal que asume las lluvias torrenciales que eventualmente azotan la región, el cerramiento es una red de pescador tensada. En definitiva, el Taller de Arquitectura acota un espacio de trabajo en el desierto y responde al contexto aprovechando las posibilidades del programa. Con un mínimo de arquitectura el Taller es casi nada para que en un futuro pueda pasar de todo en su interior.

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