Cuando se habla sobre el deterioro del sueño europeo, es difícil comprender lo que se pierde si no se tiene claro lo que se ha conseguido. Enrique Banús, presidente de la European Community Studies Association, explica a Aceprensa el contexto para entender mejor las ventajas que trajo la UE. “El proyecto europeo siempre ha tenido […]
Por Dirección de Comunicación. 08 junio, 2016.Cuando se habla sobre el deterioro del sueño europeo, es difícil comprender lo que se pierde si no se tiene claro lo que se ha conseguido. Enrique Banús, presidente de la European Community Studies Association, explica a Aceprensa el contexto para entender mejor las ventajas que trajo la UE.
“El proyecto europeo siempre ha tenido crisis, y crisis muy serias. Ya no nos acordamos de que en 1965 Francia se retiró de toda negociación por sus discrepancias en la política agrícola, que allí es un tema fundamental. Fue la famosa ‘crisis de la silla vacía’, que puso en duda la capacidad de actuación de las entonces Comunidades Europeas. Otra crisis gravísima fue la dimisión en bloque de toda la Comisión Europea, en 1999”.
Con todo, Banús cree que sería un error frivolizar y pensar que, como ya habido dificultades antes, no hay que preocuparse demasiado por el fenómeno migratorio, el riesgo del Brexit o la situación de Grecia. “Al menos entre los que nos dedicamos a los estudios europeos, la percepción es que las crisis actuales de la UE se reducen a una: existe una crisis de liderazgo y consecuentemente de proyecto. Falta alguien que lidere”.
Y la UE conquistó la paz
Para entender lo que está en juego hay que remontarse al ideal de los padres fundadores de la UE, expresado en la Declaración Schuman el 9 de mayo de 1950: la aspiración a mantener alejada de Europa la amenaza de la guerra, gracias a que cada una de las naciones europeas ha aprendido a mirar más allá de sus propios intereses y a trabajar con las vecinas en busca de unos objetivos comunes.
Para Banús, la cesión de soberanía fue la gran intuición de los padres fundadores. “Pese a contradecir completamente la idea moderna de Estado, tuvieron la audacia de pensar: si son los Estados los que provocan las guerras, relativicemos su poder. Y entonces deciden crearles la necesidad de negociar entre ellos. En esto consiste la cesión de soberanía. A partir de ahora, ninguno puede decidir por su cuenta. Tiene que ponerse de acuerdo con los demás”.
“De esta forma, consiguen convertir en socios a los que antes eran enemigos. Obviamente, los Estados siguen teniendo intereses diferentes, porque la UE no es un club de amigos. No nos une el hecho de que a todos nos gusta lo mismo. Pero hemos decidido que vamos a hablar, que ya no puede ir cada Estado por su cuenta”. Justo lo contrario de lo que estamos viendo en la crisis de los refugiados.
Y junto a esta idea-fuerza, Banús señala otras cuatro que apuntalan el proyecto europeo: la creación de unas instituciones propias, que son las que deciden sobre la base de lo que han negociado los Estados pero que no dependen totalmente de ellos; el Derecho comunitario, vinculante y con un intérprete propio, que es el Tribunal de Justicia de la Unión Europea; el espacio de libre circulación, que se ofrece primero a los trabajadores y que luego se amplía a todos los ciudadanos; y, por último, la idea de que la UE tiene las competencias que le han cedido los Estados, ni más ni menos, pues ellos son “los dueños y señores de la integración europea”.
Lo sorprendente es que la semilla de este ambicioso proyecto –la idea de poner a trabajar juntos a alemanes y franceses– se plantó tan solo cinco años después de la Segunda Guerra Mundial. “No era sencillo, pues las poblaciones que entran en el proyecto han perdido parte de su familia en una guerra en la que había europeos a ambos lados”.
Y la semilla ha dado su fruto: “Llevamos un período de paz en Europa que no habíamos tenido desde el siglo tercero. Somos la primera generación que hemos vivido sin guerras ni posguerras”.
Comunicar la Unión Europea
El audaz proyecto europeo se pudo llevar a cabo “gracias a la capacidad de comunicación y al prestigio –a la autoridad moral– de políticos como Adenauer, Schuman, de Gasperi, Monnet, Spaak o Churchill”, dos elementos que Banús echa en falta en la crisis actual.
Claro que los europeos de a pie también hemos tenido parte de culpa. “La población se acostumbra muy pronto a las ventajas y se hace demasiado sensible a los inconvenientes. Por ejemplo, ahora la gente está disgustada con determinadas medidas económicas impulsadas desde Bruselas, pero a la vez está encantada con la libre circulación, es decir, con la posibilidad de viajar sin control en las fronteras ni trabas administrativas. No hay un desencanto con la integración europea, sino con algunas políticas concretas de la UE”.
Aquí es donde entra en escena la mala comunicación. “Bruselas insiste en la necesidad de esas medidas económicas, pero no las presenta dentro de un proyecto más amplio, que como todo proyecto tiene aspectos positivos y negativos. Los líderes políticos no saben comunicar las ventajas del conjunto. Y los medios de comunicación tampoco ayudan: están más preocupados por encontrar piedras en el zapato que por hablar del zapato”.
Es cierto que las instituciones europeas producen, de cuando en cuando, estudios sobre las ventajas de ser Europa. Un ejemplo valioso es el informe Mapping the Cost of Non-Europe, 2014-19 (ver Aceprensa, 10-04-2014). Pero, en general, se trata de textos arduos, que no siempre consiguen despertar el entusiasmo por la visión general.
La campaña de comunicación por la que aboga Banús es más profunda. “Se trata de enseñar en los colegios qué es la integración europea. Pero no basta con abordarla de manera marginal en una asignatura aislada; hay que hacer hueco en el plan de estudios para explicar bien –sin ningún talante propagandístico– qué es un ciudadano europeo. Trabajemos con datos, trabajemos con informaciones. Y luego que cada cual decida. Sea usted europeísta, euroescéptico o eurocrítico, pero informado. Si no, no podemos dialogar de verdad”.
Valorar lo que tenemos
Le pregunto a Banús su opinión sobre el movimiento para democratizar Europa que acaba de poner en marcha Yanis Varoufakis. Y no oculta su perplejidad ante el embeleso de los medios con su campaña. Además de combatir las políticas de austeridad, el ex ministro de Finanzas griego exige más transparencia en las instituciones europeas y devolver competencias a los parlamentos nacionales.
“A Varoufakis se le ha rodeado de un prestigio mítico, pese a que fracasó en Grecia y en Bruselas. Se le presenta como el gran teórico de la integración europea, pero lo que dice ya lo hemos oído muchas veces: la devolución de competencias es un asunto clásico, que los conservadores británicos llevan pidiendo décadas, e incluso algunos estados alemanes con gobiernos democristianos. Todo esto es espuma agitada por el viento de los medios”.
El de Varoufakis, además, no es el primer intento de reforma. Ya ha habido otras propuestas como la llamada “Europa de las dos velocidades”, o la idea federalista del ex ministro alemán de Exteriores, Joschka Fischer. Más recientemente, durante la crisis, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, propuso avanzar en la unión bancaria y fiscal.
Banús no cuestiona la necesidad de hacer reformas concretas. “Se puede estudiar, por ejemplo, si una competencia está situada en el nivel adecuado para atender las demandas de los ciudadanos”. Pero insiste en que la gran reforma debe pasar por resolver la falta de liderazgo y de comunicación.
¿Se solucionaría el desencanto con la UE si hubiera una especie de “unión a la carta”, en la que cada Estado decidiera su grado de compromiso con el proyecto europeo? Banús cree que no. “Eso solo multiplicaría la burocracia, pues gestionar un sistema asimétrico es mucho más difícil. El escepticismo no se va arreglar devolviendo un puñado de competencias, sino transmitiendo un proyecto convincente; mostrando que las ventajas son muy superiores a los inconvenientes. Y, sobre todo, haciendo ver que el modelo actual es mucho mejor –con todos sus defectos– que lo que hemos tenido hasta ahora”.