“… el ejercicio del periodismo tiene un poco más de peligro, porque más allá de estar frente a la corrupción de camarillas (…), a los periodistas también les toca estar frente al crimen organizado…”
Por Raquel Ramos. 03 octubre, 2016.La actuación de Carl Bernstein y Bob Woodward, periodistas de The Washington Post, está asociada a uno de los momentos más gloriosos del periodismo, que encontró su culmen cuando Richard Nixon dimitió, el 9 de agosto de 1974, como presidente de los Estados Unidos.
El Watergate aún está relacionado a ese momento en el que la prensa demostró que es capaz de conseguir un giro de timón cuando la esfera estatal pisa la irregularidad, sólo sancionable en una democracia cuyo sistema permite recusar, incluso al principal residente de la casa de gobierno.
El episodio, recogido en el libro Todos los hombres del presidente, había empezado el 17 de junio de 1972, cuando la policía detuvo a cinco sujetos cuando intentaban ingresar en el complejo de apartamentos y oficinas del Hotel Watergate, que hacía de cuartel general del Comité Nacional del Partido Demócrata. Bernstein y Woodward determinaron que había indicios suficientes de ilegalidad. Su tenacidad y persistencia les permitió desvelar una trama de corrupción que involucraba a personajes ubicados en dependencias estatales.
Los delitos no fueron pocos: violaciones a las leyes financieras de la campaña electoral (financiamiento ilegal del partido), actos de espionaje y la corrupción de por lo menos cincuenta funcionarios del Estado, entre ellos, colaboradores cercanos a Nixon. El reconocimiento para los redactores llegó el 12 de abril de 1973, cuando el Post ganó un premio Pulitzer por sus informaciones sobre el Watergate; lo que obligó al secretario de Prensa de la Casa Blanca, Ronald Ziegler, a pedir disculpas públicas al Post y a sus dos periodistas por sus primeras críticas contra la investigación informativa.
En octubre de 1973, cuando la clase política, incluidos algunos republicanos, pedían la dimisión de Nixon para evitar un doloroso proceso que acabara en su destitución, los medios se sumaron al reclamo. Entre ellos, la NBC, la CBS, ABC, The New York Times, The Washington Post, el Chicago Tribune, Los Angeles Times, la revista Life que hablaba por Time Inc.; algunos incluso habían apoyado la candidatura de Nixon no sólo en 1968 sino en 1972. Pero Nixon no renunció.
En agosto de 1974 emergió una conversación grabada en una cinta –que fue entregada al juez del caso– entre Nixon y H.R. Haldeman, jefe del personal de la Casa Blanca y su principal colaborador, tres días después de las detenciones. Esta conversación demostró que Nixon había mentido y estaba enterado desde el primer día de las operaciones de espionaje del Watergate. Sólo entonces, se convenció de que su único camino era el de dimitir. El viernes 9 de agosto, el Post resumió el final: “Nixon dimite”.
El Watergate no sólo es ejemplo de un ejercicio periodístico llevado hasta el final, es también un paradigma de cómo debe ser el comportamiento de un director de un periódico, como Ben Bradlee, que entendió siempre al periodismo como una actividad alejada de un fin de lucro y rentabilidad, y de buenas relaciones; y de una dueña de un medio como Katherine Graham, que asumió su papel con valentía y decisión. Puso, además, en la vitrina el desempeño honesto de muchos funcionarios del Estado, desde la actuación fiscal hasta la de quienes dependió la efectividad del sistema de justicia. Sin duda, mostró la salud de una democracia como la norteamericana, en la que un escándalo de este calibre encontró a las instituciones en su sitio.
A propósito del Día del Periodista, reconocemos que el ejercicio del periodismo tiene un poco más de peligro, porque más allá de estar frente a la corrupción de camarillas instaladas en el poder en democracias sospechosas, con instituciones a su servicio, a los periodistas también les toca estar frente al crimen organizado en sus más diversas variantes. Los cifras están allí. La organización Freedom House pone a México, Centroamérica (Honduras y Nicaragua, entre ellos) y Brasil, a la cabeza de los países más peligrosos en el continente americano para la actuación de los periodistas. Reporteros sin Fronteras dice, por ejemplo, que cada 26 días un periodista muere en México. Cuba, Venezuela y Ecuador son los países en los que sus gobiernos se han convertido en elementos de presión contra los medios.
La labor no es fácil y conlleva peligro. Saludamos a todos los que tienen entre sus manos la responsabilidad del periodismo, a los que se formaron en las aulas de la universidad y a los que llegaron a este oficio por esas cosas que a veces tiene la vida. Apelamos a su esfuerzo, a su trabajo responsable para mejorar no sólo a los productos periodísticos, sino también al sistema democrático y a la libertad de expresión. Huyan de la rutina nefasta, del protagonismo, de la desidia (negligencia), de la falta de rigor, de la incultura y hasta de la ausencia de creatividad. Dejen sin pretextos a quienes se sientan tentados de regular los excesos de la prensa; que el autocontrol sea un reto para cada periodista un día sí y otro también.
(Artículo publicado en el suplemento Semana del diario El Tiempo, el 2 de octubre de 2016.)