El capellán de Campus Lima de la Universidad de Piura, padre Mario Arroyo, esboza algunos recuerdos de Joaquín Navarro Valls, quien fue portavoz de la Santa Sede con Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Por Dirección de Comunicación. 13 julio, 2017.La semana pasada falleció Joaquín Navarro Valls, el hombre que revolucionó la Sala Stampa (sala de prensa) de la Santa Sede y su Portavoz durante 22 años, en el pontificado de san Juan Pablo II; y el de Benedicto XVI, en los primeros quince meses de su pontificado. Seguramente fue, después de su secretario particular, el hoy cardenal Stanislaw Dziwisz, la persona más cercana a san Juan Pablo II. Juntos emprendieron multitud de desafíos para la Iglesia, la Santa Sede y la humanidad: desde la caída del Muro de Berlín, las entrevistas con Mijaíl Gorbachov o Fidel Castro, la frenética actividad de la Santa Sede durante la Conferencia de Población y desarrollo en El Cairo y sobre la Mujer en Beijing, hasta la resolución de espinosos asuntos, como el misterioso asesinato del Comandante de la Guardia Suiza, Alois Estermann. Indudablemente, compañeros de muchas difíciles y apasionantes batallas.
Es demasiado pronto para hacer una semblanza histórica que haga justicia a su labor como portavoz de un gran Papa y de un Santo. Sin embargo, a vuelapluma sí que puedo ofrecer algún recuerdo, pues tuve varias veces la fortuna de escucharle en conferencias y encuentros, algunos formales, otros más familiares. De entre ellos, con un poco de perspectiva, me parece particularmente oportuna una conferencia suya que por azares del destino escuché dos ocasiones. La misma temática expuesta en dos escenarios diferentes, con sabor de retrospectiva después de una larga y apasionante carrera periodística informando sobre la Iglesia.
Dos recuerdos se entremezclan de aquellas ocasiones. Uno más espiritual, íntimo y personal, otro de carácter más bien profesional. El primero es una reflexión que él se hacía y dejó incluso publicada en algún sitio, de su experiencia junto a tres santos. Debido a su trayectoria vocacional y profesional, le había tocado convivir con tres santos: san Josemaría, san Juan Pablo II y santa Teresa de Calcuta (en el momento de escuchar su narración era todavía beata). Se preguntaba retóricamente en aquello ocasión, “¿qué tenían en común?”. Aprovechó para señalar que en realidad eran muy distintos por temperamento, forma de ser e incluso carisma espiritual. Obviamente, como todo santo, lo que tienen en común es su amor a Jesucristo y a la Iglesia, pero la cuestión iba más por el lado de algún aspecto de su personalidad.
Tras dejar por un tiempo en suspenso la respuesta, terminó, para mi sorpresa, señalando una característica concreta: la alegría y el buen humor. Si bien con formas muy diversas, los tres santos coincidían en este aspecto del carácter, en el cual Navarro-Valls hizo un sorprendente hincapié. A pesar de los problemas, sinsabores, dificultades y cansancios estas tres personalidades coincidían en mantener una constante alegría, la cual decantaba en un buen humor que amenizaba la convivencia ordinaria. Cabría agregar, al trío de santos tratado por el connotado periodista, a un cuarto, con quien también tuvo un trato intenso y a lo largo de muchos años, no mencionado en aquellas dos ocasiones, pues no había sido elevado aún a los altares, el beato Álvaro del Portillo, que también responde a esta característica común: una alegría constante, una sonrisa permanente que emanaba paz.
El otro recuerdo, de sabor más pragmático y menos espiritual, hacía referencia a una pregunta sobre su labor como portavoz. ¿Cómo manejar la información de la Santa Sede, tantas veces llena de asuntos delicados, de conciencia, o realidades muy complejas difíciles de traducir al lenguaje rápido de los medios de comunicación? Navarro-Valls tenía la estrategia de adelantarse, y fue precisamente esa la clave del cambio en la Oficina de Prensa en la Santa Sede.
En una institución relacionada tradicionalmente con oscurantismo, opacidad, manejo poco claro de la información (no por nada malo, sino por la reserva y discreción tradicionales, convenientes muchas veces para tratar asuntos delicados), de san Juan Pablo II recibió el encargo para cambiar su fisonomía impregnándola de una total transparencia. ¿Cómo iba a lograrlo? Adelantándose a proporcionar toda la información, no dejando espacio a elucubraciones malintencionadas, pues la apertura era total. De ahí viene, por ejemplo, la costumbre de conceder una entrevista a los periodistas al volver de una visita pastoral y de viajar con ellos.
Juan Pablo II y Navarro-Valls entendieron muy bien la necesidad de estar cerca de ellos, ayudarles en su labor de informar y acompañarlos en la dimensión estrictamente personal siempre que fuera posible.
(P. Mario Arroyo. Doctor en Filosofía. p.marioa@gmail.com ).