El riesgo de ser manipulados en un momento como el actual, con imágenes, mensajes, e ideas, es enorme; y solo el pensamiento libre, la reflexión serena y la formación intelectual serán garantes de equilibrio.
Por Susana Mosquera Monelos. 07 noviembre, 2017.Desde hace unas semanas la “cuestión catalana” se ha instalado en los noticieros de todo el mundo causando gran sorpresa, pues pocos podían imaginar la existencia de tensiones políticas tan graves en un país como España. No obstante, la realidad es que tales tensiones existen, han existido desde larga data y si no se les pone remedio, resurgirán.
No cabe hacer un relato histórico detallado, pero quede como idea que esa realidad que todos identifican con España ha surgido en fecha muy reciente. El matrimonio de la Reina de Castilla con el Rey de Aragón suele aparecer como el punto histórico de partida de esa unión territorial que se identifica con la nación española. Sin embargo, lo cierto es que durante 4 siglos a los sucesores de los Reyes Católicos se les designa con el título de Reyes de las Españas y de las Indias. Es decir, que esos reinos compartían monarca. Eso no significaba que hubiesen unificado su estructura política, sus costumbres, su derecho. De ahí el origen de los fueros y privilegios que todavía conservan alguno de esos antiguos reinos, que han sido han sido causa de tensiones políticas en distintos momentos históricos.
El texto constitucional español de 1978 parecía haber encontrado el mecanismo más adecuado para resolver esos problemas y, al mismo, superar 40 años de dictadura. Las garantías democráticas fueron restablecidas a través de un modelo de monarquía parlamentaria, el sistema electoral garantizó la participación de todas las tendencias políticas sin discriminación de ningún tipo, y el sistema de gestión territorial, a través de Comunidades Autónomas, fue alabado como gran ingenio cuasi-federal que encajaba perfectamente para gestionar esa compleja realidad jurídico-territorial española.
El modelo democrático se echó a andar. Se consolidó el sistema descentralizado y los gobiernos de las comunidades autónomas fueron recibiendo poco a poco mayores dosis de autogobierno, mayores competencias -educación, seguridad, fiscalidad-; y, al mismo tiempo, la incorporación de España a la estructura de la Unión Europea hacía que algunas políticas del gobierno central tuvieran como lugar de decisión Bruselas y no Madrid.
En los años 90, partidos políticos de origen autonómico –vasco y catalán principalmente-, aumentaron su número de representantes en el Parlamento Nacional, logrando una mayor influencia para sus regiones pues en varias oportunidades su apoyo político fue determinante para formar gobierno. En el País Vasco, la reclamación de independencia, de parte del grupo terrorista ETA, era un problema de seguridad nacional de máxima importancia, pero en ningún momento durante los largos años de esa lucha armada, el Gobierno central tuvo que intervenir el territorio autónomo vasco.
En la comparativa con el caso vasco, Cataluña parecía ser el ejemplo perfecto de adaptación al modelo Comunidades Autónomas. El pueblo catalán había dado un apoyo masivo a la Constitución y al año siguiente tenía lista su propia ley fundamental, un Estatuto de autonomía que sirvió para desarrollar con gran detalle el régimen de competencias autonómicas que establecía la Constitución.
Cataluña, junto con el País Vasco, ha sido la región con mayor nivel de desarrollo industrial dentro de España. La cercanía de ambos territorios con la frontera francesa facilita la exportación hacia el resto de Europa, de ahí el impulso a esas dos regiones industriales. En ambas, el sentimiento nacional contó siempre con el apoyo de esa burguesía industrial orgullosa de sus orígenes históricos como antiguos reinos, conscientes también del rechazo que habían mostrado desde la Corona de Aragón hacia el modelo centralista de gobierno que se imponía en los territorios controlados por la Corona de Castilla. Ese conflicto histórico Castellano-Aragonés es el que explica la usencia de súbditos de la Corona de Aragón en el escenario histórico de la conquista de América, pues no tenían autorización para llegar a las nuevas tierras.
Estos son los antecedentes de una relación tormentosa entre este territorio foral y el gobierno central, que ha conocido distintos tipos de enfrentamiento, desde el militar hasta el político, y que ha utilizado los períodos de debilidad institucional del poder central para ganar nuevas posiciones estratégicas. Así ha sido cuando el gobierno central ha necesitado los votos de Convergencia y Unión, su líder Jordi Pujol jugó bien las cartas para lograr liberar nuevas competencias para Cataluña.
Pero entonces en 2012, en medio de una enorme crisis económica mundial se producen varios acontecimientos que no están del todo aislados: la prensa destapa una noticia de enorme impacto: el expresidente Pujol tiene cuentas millonarias en el extranjero que nunca ha declarado. Casi al mismo tiempo su antiguo partido abraza con entusiasmo la causa independentista con grandes espavientos populistas.
Desde entonces los acontecimientos se han desencadenado hasta llegar al escenario que ahora tenemos. Los argumentos para seguir adelante con la reclamación de independencia son varios: “España nos roba”, “solos seremos más ricos”, “allí no nos quieren”, “somos diferentes”, “tenemos derecho a ser independientes”; y los demostraban con la sentencia del Tribunal Constitucional que en 2010 había declarado inconstitucional alguno de los términos –especialmente el de nación catalana-, y las competencias dadas en el nuevo Estatuto de Autonomía oscuramente negociado entre Artur Mas y el presidente Zapatero en 2006.
Desde entonces los acontecimientos solo han servido para aumentar la tensión política entre los actores, han anulado las opciones de diálogo y han llevado a la intervención de la justicia con la aplicación estricta del ordenamiento jurídico contra los que convocaron la consulta ilegal del 9N, y contra los que ahora han dado el paso avanzado de proclamar la independencia. Pero, la verdad es que todas esas herramientas serán de nula eficacia si no se piensa con calma, ¿qué ha impulsado las tesis independentistas?, ¿para qué quieren la independencia si ya gozan de enorme autonomía?, ¿quién les ha dicho que ese derecho de independencia les era debido?, ¿cómo será esa Cataluña independiente si se libran de España?, ¿qué país iba a reconocer al nuevo “estado”?, ¿cómo permanecer en Europa?, ¿cómo mantener la economía?, entre otras dudas.
Puede ser que estemos ante el último, pero seguro no definitivo, ejemplo de populismo en los tiempos modernos. Escondidos tras el espejismo de la democracia directa, está la voz del pueblo, a la que los políticos dicen estar escuchando cuando actúan para lograr esa independencia. Cierto es que ese pueblo que se proclama independentista está repitiendo lo que el sistema educativo, cultural y político catalán les presentó durante todos estos años de gobierno autonómico que gestionó con libertad la educación, los medios de comunicación, la cultural, la vida política.
Los jóvenes que han seguido a sus líderes en toda esta “teatralización”, acusando de “fascistas” a quienes no abrazan la causa independentistas no pueden ni siquiera entender el error que están viviendo porque no tienen recursos que les sirvan de complemento crítico para construir una lectura personal de todo lo que está sucediendo a su alrededor. El riesgo de ser manipulados en un momento como el actual, con imágenes, mensajes, e ideas, es enorme; y solo el pensamiento libre, la reflexión serena y la formación intelectual serán garantes de equilibrio para alejarse del sentimentalismo nacionalista que ha sido la causa de dos guerras mundiales de cercana fecha. Hagamos caso a la historia para no repetir sus errores.