Hace unos días un joven me comentaba acerca de la costumbre de ir cada fin de semana con chicos de su edad a consumir alcohol llegando a emborracharse casi en plena vía pública de la ciudad. Una de las cosas que a él le sorprendía es que al principio su propósito de esas salidas no […]
Por Genara Castillo. 13 septiembre, 2012.Hace unos días un joven me comentaba acerca de la costumbre de ir cada fin de semana con chicos de su edad a consumir alcohol llegando a emborracharse casi en plena vía pública de la ciudad. Una de las cosas que a él le sorprendía es que al principio su propósito de esas salidas no había sido llegar a ese extremo, sino que solo quería ‘conversar’; pero, con la bulla y los tragos, conversar, precisamente, era lo que no se había producido.
Evidentemente ahí hay un asunto legal, ya que si entre los que compran hay menores de edad se debe cerrar el establecimiento que expende las bebidas alcohólicas, porque hacerlo está prohibido por la ley. Además, aquellos que luego manejan en estado etílico no solo se exponen ellos sino también a cuantos se les crucen por el camino. La seguridad ciudadana es una de las tareas de los gobiernos municipales y regionales, que es necesario prever y reforzar.
También hay un asunto de salud física y psicológica. El abuso del alcohol afecta directamente al cerebro y sistema nervioso, así como a otros órganos vitales como el hígado, etc. Si es el caso (como el que trataba) de estudiantes, hay que ser conscientes de que eso influye decisivamente en el rendimiento, aprendizaje y en la personalidad de quien es víctima del alcohol. Actualmente se pueden presentar neuroimágenes (una especie de fotografía del cerebro) que muestran cómo queda –en dichos casos– el cerebro del afectado.
Además, el consumo indiscriminado de alcohol es un disparador de trastornos obsesivos, de distorsión de la realidad, lo cual es muy perjudicial para los adolescentes y jóvenes, quienes a veces se engañan pensando o diciendo que ellos “controlan”, que saben cuándo cortar; pero lo que se confirma una y otra vez es que progresivamente el vicio los controla a ellos, haciendo que dirijan sus pasos reiteradas veces al mismo lugar, el mismo día y a la misma hora, para consumir aquellas sustancias que saben que son nocivas.
Con todo, las consecuencias más serias son a nivel ético, ya que al desinhibir a los chicos, que se van volviendo dependientes del alcohol, los expone a graves situaciones de pérdida de control de lo que hacen. Así, su voluntad se va haciendo cada vez más débil ante el placer y las sensaciones placenteras que van añadidas al consumo excesivo del alcohol, de ahí que el descontrol en ese consumo va relacionado con el descontrol en el uso de la sexualidad. En esa misma línea, para nadie es un secreto que el alcohol es la puerta de entrada al consumo de drogas.
No podemos quedarnos indiferentes ante esta amenaza letal para nuestros adolescentes y jóvenes. Padres de familia –en primer lugar– educadores y ciudadanos en general deberían realizar acciones para ayudar a que estas prácticas no se generalicen y los jóvenes sean orientados adecuadamente. Es sabido que para los adolescentes el “grupo” ejerce mucha presión, hasta imponerles costumbres, modas, maneras de hacer y de hablar, etc.
Para ello es preciso promover una cultura de la diversión, del sano esparcimiento, en donde –como sucedía con el relato del estudiante que ha motivado este artículo–, los chicos puedan “conversar”, dialogar, por ejemplo, a propósito de una película, de una obra de arte, de la música, del deporte, de la gastronomía, etc. Iniciativas como el grupo ProArte de reciente creación, van en esa línea, pero la creatividad de los piuranos es muy amplia y se debería promover alguna actividad recreativa para una tarde de fin de semana en cada barrio, en cada zona de la ciudad, en el parque, en la parroquia o en casas particulares; lo importante es que los propios jóvenes participen en el diseño y organización, ya que imponerles o darles todo hecho no es buena idea.
Facultad de Humanidades.
Universidad de Piura.
Artículo publicado en el diario El Tiempo, jueves 30 de agosto de 2012.