La historia reciente de Venezuela comenzó con la elección de un candidato que abogaba por la justicia social, que llegado al poder se instauró para perpetuarse, valiéndose de la democracia para destruirla.
Por Carlos Hakansson. 17 mayo, 2018.La semana pasada fuimos testigos de un nuevo capítulo de la Dictadura chavista; el paso atrás del gobierno, en su deseo de volver a absorber todas las funciones del poder, no ha detenido a la mayoría de miembros de la Asamblea Nacional para querer destituir a los magistrados que dictaron una sentencia claramente inconstitucional. Se tratará sin duda de un episodio más sobre la larga agonía de un régimen que ha cobrado muchas víctimas, desmantelamiento institucional, corrupción, aumento de la pobreza y presos políticos por alzar su voz de protesta.
¿Cuánto durará este régimen? Todo parece indicar que se empezará a caer por dentro y una de sus señales es justamente la torpe medida de querer controlar el poder legislativo, convertido en la “trinchera democrática” recuperada por la oposición y sostenida por una mayoría de ciudadanos que no bajan sus brazos reclamando la reinstauración de un estado de Derecho. Por eso mismo, en la medida que los venezolanos logren mantenerse en pie sin ser doblegados o abatidos por el agotamiento, cada día que pase será uno menos de permanencia de una dictadura que no lidera un país, pues sólo se dedica a realizar todo lo necesario para perpetuarse en el ejercicio del poder.
La historia reciente de Venezuela comenzó con la elección de un candidato que abogaba por la justicia social, que llegado al poder se instauró para perpetuarse valiéndose de la democracia para destruirla, lo que me recuerda una frase del recientemente fallecido politólogo Giovanni Sartori: “¿Debe consentir una democracia la propia destrucción democrática? Es decir, ¿debe consentir que sus ciudadanos voten a favor de un dictador?”.