Este es un virus que pone a prueba el altruismo y la solidaridad, el verdadero compromiso con el bien común. Se trata de pensar en los más vulnerables y no en uno mismo.
Por Tomás Atarama. 17 marzo, 2020.Mientras el Covid-19 se expandía aun lentamente en España, fui testigo de un fenómeno particular. Por un lado, la prensa comenzaba a alertar de los riesgos que se podían desarrollar si es que el virus se propagaba en el territorio español y, por otro lado, las personas inundaban las redes sociales de mensajes que minimizaban los efectos que este problema sanitario podía generar. El fenómeno fue encontrando un punto de equilibrio conforme los casos iban aumentando. Los medios presentaban cada vez mejor contenido, más centrados en los problemas de fondo que en el conteo milimétrico del número de contagios y de muertes. Y los ciudadanos comenzaban a compartir mensajes que hacían un llamado a la conciencia para acatar las recomendaciones.
Si bien China e Italia ya habían demostrado que cuando el contagio comunitario se confirmaba era el momento para aplicar una cuarentena obligatoria, las medidas en España se fueron aplicando de manera paulatina, mientras el virus seguía demostrando que podía expandirse exponencialmente en cuestión de días. A pesar de que en el territorio español se había superado los mil contagios el 9 de marzo, se esperó cinco días más para declarar el estado de alarma y poner al país en cuarentena. Parece que el hecho de vivir en una sociedad globalizada, con información acerca de lo que pasa en todo el mundo, no ha curado a las personas de ignorar los problemas cuando se consideran lejanos y prestarles atención únicamente cuando explotan en la cara.
Antes de aplicar esta medida radical, se probó con medidas parciales, propias del criterio de proporcionalidad que se aplica a situaciones controladas. Entre estas, se encontraban la limitación de vuelos provenientes de las zonas de alto riesgo y la cancelación de clases. El tiempo demostró que estas medidas parciales no frenaron el aumento de contagiados ni de muertes. La aplicación tardía de la cuarentena obligatoria trajo como consecuencia que los casos sigan aumentando. España dejó una nueva lección: el criterio de proporcionalidad solo aplica en situaciones conocidas y predecibles, con el Covid-19 solo se favorece la expansión silenciosa del virus. La situación confirmó, una vez más, que la medida más efectiva era la cuarentena con aislamiento obligatorio.
Cuidar a los más vulnerables
El coronavirus llegó para recordarnos que somos una sociedad individualista y que lo que debemos sanar es el corazón de las personas. Este virus no tiene vacuna, ni un tratamiento que permita controlarlo. Solo hay un dato cierto: para detener su contagio, hay que evitar el contacto con personas infectadas o con lugares donde haya habido personas infectadas. Simple y sencillo.
El virus trae dos trampas. La primera es que tiene un periodo de incubación largo, por lo cual, uno puede sentirse completamente sano y ser portador del virus. Durante el periodo que una persona aún se siente sana, puede expandir el virus sin mostrar ninguna señal. Y la segunda trampa es aún más dramática, en los primeros análisis estadísticos de los pacientes tratados, se encontró que la población vulnerable eran las personas mayores y quienes hubieran tenido patologías respiratorias previas. Con estas dos trampas, el virus ha ido burlando todos los intentos de contención a los que se ha enfrentado.
El mecanismo de solución es muy simple y ya lo sabe todo el mundo, en cuanto se detecta el virus en una localidad, todos deben quedarse en sus casas durante un mínimo de dos semanas. El problema es que para la gente que se siente sana y que no forma parte de la población vulnerable, este parece ser un sacrificio que no vale la pena asumir. Y esto es lo que hasta ahora ha demostrado el virus: la población no vulnerable prefiere seguir haciendo su vida sin ninguna restricción.
Este es un virus que pone a prueba el altruismo y la solidaridad, el verdadero compromiso con el bien común. Se trata de pensar en los más vulnerables y no en uno mismo. En pocas palabras, se trata de superar el individualismo y orientarse hacia la comunidad. Me gusta pensar que tras la evidente llamada de atención que hemos recibido como sociedad, estos tiempos de crisis tienden a sacar lo mejor de las personas. Y aquí es cuando pienso en mi país.
Una solución de cajón peruano
El Perú ha seguido la misma dinámica que han seguido Italia y España, países que ya contaban con la experiencia de China, pero donde el virus no se controló con anticipación. El fin de semana anterior, al anuncio de la cuarentena, se veían bares y discotecas llenos de jóvenes totalmente despreocupados de la situación, compras compulsivas en mercados y supermercados que agravaban la sensación de inseguridad, y reuniones sociales con diferentes finalidades que podían haberse evitado. Yo creo que la experiencia enseña y es momento de aprender. No hay una ciencia especial en este contexto, depende de todos nosotros tomar las riendas del asunto y demostrar que como sociedad podemos enfrentar a un virus que lo único que requiere de nosotros es pensar en el otro. Esta es la revolución que estamos invitados a iniciar.
El Perú se ha adelantado, en relación con la experiencia de China, Italia y España, en decretar un aislamiento obligatorio con tan solo 71 contagios. Pero eso no será suficiente si cada uno de los peruanos no sumamos con responsabilidad y compromiso en la tarea de frenar el avance del Covid-19. Este no es momento de apelar a la ‘criollada’ peruana para sacarle la vuelta al decreto, ni de pensar en lo difícil que puede ser pasar varios días en casa sin salir. Este es el momento de la solidaridad, ya no solo evitando salir de casa, sino buscando mecanismos de ayuda en el lugar en el que cada uno está. El Perú es un país con mucha desigualdad y trabajo informal; y no es difícil prever que hay varios millones de peruanos cuya principal preocupación será lo que van a comer, ya que no pueden salir a generar sus ingresos diarios. Pensar en ellos, propiciar una actitud de colaboración, evitar la especulación con los precios de los alimentos, hay muchas cosas por hacer.
Una persona que se dedicaba al alquiler de viviendas se comunicó con los inquilinos que sabía que vivían del día a día para comunicarles que no se preocuparan por la renta de este mes, que esa ahora no era la prioridad, que se quedaran tranquilos en el departamento. También, un grupo de jóvenes ha comenzado a ofrecer voluntariamente
su tiempo para realizar, con los cuidados del caso, las compras a personas de la tercera edad que viven solas. Otra iniciativa es la de los profesionales de la salud que no son del campo específico que atiende a los enfermos del Covid-19; ellos han comenzado a ofrecer consultas gratuitas por Internet para evitar el colapso de hospitales y clínicas. El Perú recién comienza a enfrentar a esta pandemia, pero ver estas y muchas otras actitudes justo el mismo día del anuncio de la cuarentena me hace pensar que el peruano tiene un corazón enorme y que puede sumar en estos tiempos de crisis.
Finalmente, quisiera destacar la labor de los héroes anónimos que día a día en los diferentes puestos de salud enfrentan esta enfermedad. En Italia y España, los ciudadanos ya les han rendido homenajes de diversas formas, aquí en Perú es importante reconocer el trabajo que vienen realizando en esta etapa inicial. No podemos correr el riesgo de saturar nuestro sistema de salud porque las consecuencias serían muy duras. Nos corresponde tomar cada una de las medidas de la cuarentena con seriedad, es simple, corresponde quedarse en casa. Estamos en el momento de enfrentar esta crisis desde un sentido de solidaridad y con una actitud constructiva, donde la orientación al prójimo es la clave para salir adelante.