El Perú tiene los ojos puestos en Martín Vizcarra, el portavoz del Gobierno. Sería prematuro juzgar su papel político; sin embargo, desde su rol comunicativo considero que lidera asertivamente la crisis, apoyado en sus ministros.

Por Giancarlo Saavedra Chau. 25 marzo, 2020.

Decretado el Estado de Emergencia, corrí a la universidad a recoger laptop, apuntes y libros de mi oficina. Traje conmigo “Navarro-Valls, el portavoz”.

El libro va sobre los testimonios de los amigos de quien fuera el portavoz de la Santa Sede durante veintidós años. Joaquín Navarro-Valls (1936-2017) fue el vocero de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Lo que podrían ser historias repetidas de este médico y periodista español se convierten en la confirmación de que este hombre de fe fue un estratega mediático eficaz.

De los testimonios de primera mano quisiera rescatar dos pasajes que perfilan la figura de un buen vocero y la “revolución” de Navarro-Valls. La primera está referida a la persona y la segunda, al mensaje. Ambas estrechamente relacionadas.

La figura de vocero siempre genera suspicacia. Ciro Benedettini relata un episodio que reveló una “hermosa ‘debilidad humana’” de Navarro-Valls. Algunos lo describían como frío y calculador. Un día antes de la muerte de Juan Pablo II, el portavoz se conmovió y no pudo responder a la pregunta de un periodista sobre qué sentimientos personales le suscitaban ver al papa intubado. No hay manera de ser más humano que siendo humano. Un vocero no deja de ser persona.

Rafael, su hermano y editor del libro, recuerda cuando Joaquín fue entrevistado con motivo de la canonización de Juan Pablo II. Le preguntaron sobre el secreto comunicativo de Karol Wojtyla, “en el que su portavoz algo tuvo que ver”. Él respondió: “Cuando la gente decía ‘tiene razón’ no lo decía por dar razón a una bonita voz o a una expresividad comunicativa magnífica; ¡se le da la razón a una persona que dice la verdad!”. Un vocero debe decir un mensaje bello, bueno y, sobre todo, verdadero.

Estos días de coronavirus (Covid-19), el Perú tiene los ojos puestos en Martín Vizcarra, el portavoz del Gobierno. Sería prematuro juzgar su papel político; sin embargo, desde su rol comunicativo considero que lidera asertivamente la crisis, apoyado en sus ministros. Ha demostrado cercanía y ha generado conexión con una “debilidad humana”, la familia. Ya lo dijo: “No hay nada más importante para uno que la familia. La familia que tenemos que cuidar es a los peruanos”.

Ahora, más que lidiar con el enemigo político, el presidente debería centrar sus esfuerzos en asegurarse de que todos los mensajes tengan lo bueno, lo bello y lo verdadero; en fortalecer la confianza ganada de quienes están atentos a sus declaraciones de los mediodías de esta reciente cuarentena.

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