La aplicación de la prudencia política es esencial en las cualidades de un buen gobernante. Es la virtud que consiste en la capacidad de poner los medios necesarios para la solución de casos concretos, aplicando principios en situaciones tan complejas como cambiantes. Si se ignora, puede conducir al desconcierto y confusión entre los participantes de […]

Por Carlos Hakansson. 05 julio, 2011.

La aplicación de la prudencia política es esencial en las cualidades de un buen gobernante. Es la virtud que consiste en la capacidad de poner los medios necesarios para la solución de casos concretos, aplicando principios en situaciones tan complejas como cambiantes. Si se ignora, puede conducir al desconcierto y confusión entre los participantes de la acción política.Por eso, su ejercicio es vital en todo estadista que desea gobernar conservando la estabilidad política, brindando señales claras, encontrar la oportunidad para declararlas y no ser contradictorio sino consecuente al obrar.

Al parecer, la prudencia política es una virtud próxima a ser considerada como un bien escaso en la región, pero puede ser cultivada si el gobernante sabe escuchar y dejar aconsejar. Una de sus reglas es de puro sentido común y consiste en tener siempre presente que todo tiene su momento y lugar. El Presidente de la República y su Consejo de Ministros no deben brindar opinión si antes no se ha colegiado la posición del gobierno (principio de unidad), especialmente si el ministro del sector afectado conserva su particular punto de vista sobre el problema a resolver. Es mejor esperar y encontrar un entendimiento sobre el fondo del asunto y los planteamientos de solución.

El Presidente tampoco debe sentirse obligado a decidir inmediatamente, lo cual no significa pasividad. Si bien la Constitución establece que sus actos son nulos si carecen de refrendación ministerial, debe ponderar las circunstancias antes de tomar una decisión y ser consciente del efecto y consecuencia de sus declaraciones. Una saludable manifestación de la prudencia al hablar y hacer político es que siempre, con cada declaración a los medios, se tengan presente las disposiciones constitucionales como referente de conducta, su principal límite al ejercicio del poder. Si respeta las formas constitucionales empezará a cambiar la clásica percepción sudamericana de un gobernante que más parece un caudillo.

La solidez institucional comienza por el estilo de gobierno, lo contrario será perjudicial, pues, una declaración desafortunada genera una “onda mediática” que emitirá señales de desunión desde el gabinete, restándole credibilidad para realizar una correcta administración del Estado. No olvidemos además que la institución del Presidente de la República es casi una “fábrica de titulares” para los medios de comunicación; las respuestas altisonantes, las bromas, frases irónicas y contradicciones, afectarán no sólo la imagen presidencial sino la línea de flotación de cualquier gabinete.

Profesor de la Facultad de Derecho

Artículo publicado en el diario Correo, martes 28 de junio de 2011

 

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