10

Sep

2013

El nuevo rostro de la familia en Latinoamérica

La Mgtr. Gloria Huarcaya, del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Piura, explica la evolución de la familia en América Latina.

Por Gloria Huarcaya. 10 septiembre, 2013.

familia

fuente: Maycker Olivares

A diferencia de otras regiones, Latinoamérica está gozando del “dividendo demográfico”, un ciclo histórico que se produce cuando la población económicamente activa (18-65 años) supera a la población dependiente (niños y ancianos) elevando los índices de producción y consumo, en un clima de aparente prosperidad.

Europa, América del Norte y Asia experimentaron su bono demográfico con la caída de sus tasas de natalidad y aprovecharon las circunstancias para fortalecer sus sistemas de seguridad social y acelerar su crecimiento económico. En Latinoamérica la reducción de los nacimientos, se ha producido al doble de velocidad que en los países desarrollados. En los años 60 una familia latina tenía un promedio de 6 hijos, y actualmente, este número ha disminuido a 2.2; si bien algunos países ya se encuentran por debajo del nivel de reemplazo generacional (2.1 hijos por mujer): Chile (1.9), Brasil (1.8) y Costa Rica (1.8).

En una reunión familiar es común encontrar a una bisabuela que tuvo 8 hijos. Estos hijos se convirtieron en padres de no más de 4 niños. Estos nietos, ahora adultos, se casan en su minoría, pero tienen 2 hijos en promedio, en soltería o en convivencia. Todavía no se puede predecir el patrón familiar que elegirán los bisnietos, aunque no resulta conveniente que el tamaño de las familias continúe reduciéndose.

Los efectos de este cambio social acelerado preocupan principalmente desde la perspectiva demográfica y sobre todo económica, pero poco se discute el impacto social que tienen los fenómenos relacionados con la “segunda transición demográfica” (STD): el incremento de la cohabitación, la maternidad en soltería y el divorcio; la reducción de la nupcialidad y la postergación de la paternidad.

Menos bodas y más convivientes

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Si bien la cohabitación tiene orígenes históricos y culturales que pueden rastrearse en la herencia de las colonias africanas, las costumbres andinas y amazónicas, de instaurar una nueva familia sin formalizar legalmente la unión conyugal; el “boom” de la cohabitación y la maternidad en soltería se inicia en los 70’. Según Teresa Martín-Castro la expansión de esta forma de unión se ha producido desde las clases bajas hacia las mujeres más educadas, incentivadas por su afán profesional.

En regiones como Asia y el Medio Oriente donde aún existe una fuerte cultura matrimonial, la cohabitación y la maternidad extramarital se presentan en porcentajes mínimos. Lo contrario sucede en Latinoamérica. Esta región se encuentra a la cola en el índice de nupcialidad y a la cabeza en los niveles de convivencia y la maternidad extramarital, según el reporte Mapa Mundial de la Familia 2013, que recoge indicadores de 44 países, y en cuya elaboración ha participado el ICF.

En esta muestra, Colombia lidera la lista con el 35% de sus adultos conviviendo y el 85 % del total de los nacimientos ocurridos fuera del matrimonio. No es un caso aislado, similares indicadores muestran Perú, Chile, Brasil, Argentina, Bolivia y México. Mientras que en Egipto o Indonesia se celebran más de 8 bodas por cada mil habitantes; en Colombia y en Perú la cifra de bodas es inferior a 3.

Las tasas de divorcio son menos fiables de comparar, en parte por el registro defectuoso que se hace en los países latinos. En estos, el índice de divorcios se observa reducido, pues las parejas de convivientes no afrontan un divorcio, sino más bien la separación, permanente o temporal.

La inestabilidad de las uniones conyugales perjudica directamente a los niños, y condiciona su crecimiento sin la presencia de ambos padres biológicos. África, continente especialmente afectado por la inmigración laboral y la mortalidad causada por el VIH y la malaria; exhibe los niveles más altos de niños que son criados por un solo padre y en orfandad. América Latina ocupa el segundo lugar en hogares monoparentales: 28% en Bolivia, 26% en Colombia y 24% en Perú. Aunque la inmigración podría ser una causa, no resulta ser la más relevante, pues muchos países latinos han logrado reducir significativamente sus niveles de pobreza.

La postergación del matrimonio y de la paternidad son sucesos recientes, cuya expansión se está produciendo en sentido contrario a la cohabitación, de arriba hacia abajo. Según Lesthaeghe, el fenómeno de la “postergación” se difunde desde los grupos más educados hacia los menos instruidos; y de manera simultánea, con la continua reducción de los nacimientos en los grupos de menos ingresos.

Si bien la decisión de formar un hogar corresponde a los adultos, no se puede minimizar el impacto que tiene la estructura familiar en el bienestar de los niños, a pesar de que exista escasa evidencia para esta región. Son abundantes las investigaciones sobre los beneficios diferenciales que ofrece una familia matrimonial intacta en las sociedades desarrolladas, especialmente en Estados Unidos. Los niños que provienen de este tipo de hogares tienen mayores probabilidades de convertirse en adultos productivos y bien integrados a su comunidad.

Las interrogantes que esta nueva fotografía demográfica y familiar suscita resultan muy complejas. Se desconoce a profundidad el perjuicio en el capital humano y social que produce la inestabilidad familiar en nuestros países. Algunos investigadores han identificado hallazgos sobre su relación con los logros educativos de los niños y la desigualdad socioeconómica; aunque persisten temas pendientes de especial urgencia, como la conexión que podría existir entre la violencia familiar y delincuencia.

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