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Jul

2013

Da gusto comprobar que en muchos lugares del mundo, desde hace algunos años, hay una preocupación cada vez más extendida por hacer de las ciudades el modo de vida por excelencia, a pesar de la concentración de males que puedan padecer. “No existe un país urbanizado pobre; no existe un país rural rico”, dijo Edward […]

Por Ernesto Mavila. 08 julio, 2013.

Da gusto comprobar que en muchos lugares del mundo, desde hace algunos años, hay una preocupación cada vez más extendida por hacer de las ciudades el modo de vida por excelencia, a pesar de la concentración de males que puedan padecer. “No existe un país urbanizado pobre; no existe un país rural rico”, dijo Edward Glaeser, economista de Harvard al presentar su libro: El triunfo de las ciudades¹. Pero más allá de razones puramente económicas, nos alegra esa tendencia porque expresa una cierta voluntad de las gentes a vivir organizadamente en un territorio compartido. Esto significa, de alguna manera, la confianza que tienen unos y otros en la capacidad de entenderse para la convivencia. Porque hace falta entenderse y no dejar las cosas a la improvisación o, simplemente,  cohabitar como extraños en conglomerados sociales insolidarios.

Precisamente, el gran problema de las ciudades latinoamericanas, entre las que nos incluimos, es el predominio del interés particular sobre el colectivo, el poco interés por el cuidado del espacio público y la dificultad para construir lazos sociales. Echamos en falta, tantas veces, la calidad del espacio público y su cuidado, pero no siempre reparamos en la contribución que nos corresponde. Es bueno que queramos vivir en ciudades, pero mejor todavía que asumamos el reto de convivir en armonía, de aprender a construir entre todos el espacio público, y hacer de la ciudad el lugar de encuentro por excelencia. Un lugar donde todas las personas y todos los grupos que naturalmente se formen, encuentren las debidas condiciones para su realización humana y social. Donde convivan diversos gustos, intereses, mentalidades, etc. en una sana pluralidad de usos y respeto mutuo.

Lo más importante de las ciudades es, pues, la vida de sus pobladores: concentraciones de gente que son pura energía humana y que hay que organizar. Pero, como es lógico, esa organización necesaria no surge solo por el hecho de concentrarse la gente en un lugar, hacen falta tres cosas fundamentales: i) una idea clara de ciudad, ii) voluntad política, y iii) corresponsabilidad de los habitantes. Y,… ¿cómo andamos de esos tres elementos en nuestra Piura querida? Veamos.

¿Una idea clara de ciudad? No parece que la haya cuando se hace interminable tener  un Plan de Desarrollo Urbano, actualizado y a la altura de las circunstancias que ya venimos experimentando. Cuando no se entiende la importancia de establecer unas políticas previas de ordenamiento territorial y usos del suelo, que garanticen la integralidad de las propuestas, y, sobre todo, regule la gestión de la ciudad con principios claros y conocidos. ¿Cómo saber, finalmente, si el esperado plan corresponde a una idea clara de ciudad que podamos compartir todos? Se insiste mucho en la necesidad de incorporar a Catacaos al conjunto de Piura y Castilla, como si en eso estuviera el futuro de la nueva metrópoli piurana; mientras pasivamente se deja crecer, sin control, el sector de Los Ejidos.  Por otro lado, se cambia la zonificación y los usos compatibles alegremente para justificar  proyectos de ocasión. Se quiere resolver los graves problemas del tráfico vehicular, casi por olfato, sin estudios ni información actualizada. No parece, pues, que detrás de estos hechos haya una idea clara de ciudad, y, menos, una que pudiéramos llamar todos: nuestro proyecto común de vida urbana. Los hechos, una vez más, se adelantan a la planificación y la hacen ociosa para terminar improvisando, como siempre, a favor de intereses dispersos.

¿Voluntad política? ¿Qué podríamos decir si falla el primer elemento? ¿De qué sirve el empeño y toda la buena voluntad, si no sabemos a dónde vamos? Pero, además, tampoco es que se note unidad de criterio y conocimiento técnico suficiente; en más de una oportunidad hemos visto a la autoridad correspondiente sorprendida por las implicancias de algún proyecto urbano aprobado, quizá, con precipitación o ligereza. Se ofrecen muchas cosas y parece que importan todos los problemas de la ciudad y de la ciudadanía, pero ¿quién jerarquiza y propone alguna estrategia comprensible? Hace poco se declaraba que el Proyecto Residencial Parque Norte, no se había cancelado, haciendo caso omiso de las recomendaciones que hizo, en su momento, el Colegio de Arquitectos, y cuando sabemos, además, que las observaciones técnico-legales presentadas por el MEF son lapidarias.  ¿Cómo queda la voluntad política? ¿A favor de quién y para qué está? Por la información periodística, en este caso, habría que decir que a favor de una nueva oportunidad para la empresa Futura Concepta. Y me pregunto, ¿es esto relevante para la ciudad?, ¿no es, acaso, una manifestación más de esa falta de estrategia integral que finalmente confunde a la población? Seguramente que no es esta la voluntad política que necesita Piura.

Finalmente, la corresponsabilidad de la población tampoco es una fortaleza nuestra. En primer lugar, no existe una cultura urbana muy desarrollada que regule los comportamientos ciudadanos, como el cumplimiento voluntario de normas o una buena comunicación entre ciudadanos. No está tan claro, por ejemplo, que queramos todos armonizar los diversos modos de vida que cohabitan en la ciudad y construir espacios con urbanidad para todos. El espacio público nos resulta indiferente y no sabemos valorar lo colectivo sobre lo individual. En muchos casos la calidad de vida significa poder comer y en otros, en cambio, no mezclarse.

Es evidente que estamos llamados a ser protagonistas de una gran transformación, si queremos vivir con dignidad en Piura.

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