Hemos tenido una semana de vértigo tras los nombramientos de los miembros del Tribunal Constitucional, del BCR y la Defensora del Pueblo. La opinión pública puso en jaque el proceso que el Congreso utilizó para nombrar a esos altos funcionarios; se trató, simplemente, de una “repartija” de cargos: para ti, para mí y para él. […]

Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 22 julio, 2013.

Hemos tenido una semana de vértigo tras los nombramientos de los miembros del Tribunal Constitucional, del BCR y la Defensora del Pueblo. La opinión pública puso en jaque el proceso que el Congreso utilizó para nombrar a esos altos funcionarios; se trató, simplemente, de una “repartija” de cargos: para ti, para mí y para él. Un simple forcejeo entre pequeños y  medianos poderes e intereses, con un descaro lindante en el cinismo. Algo así, como el desparpajo de las calcomanías que hace años lucían ciertos vehículos de transporte: ¡soy pirata y qué! Los grupos políticos se han lanzado mutuos reproches desprestigiando a sus candidatos. El que se lleva las palmas es el presidente Humala quien deploró el nombramiento de dos funcionarios, sin decir nada de los suyos, al mejor estilo de la rana que con boca chiquita dice “pobrecito cocodrilo”.

Todo un espectáculo lamentable que evidencia la debilidad intrínseca del llamado “realismo político”, aunque mejor le sienta el nombre de “cinismo político”. Lo indigno ha sido el reparto. Muchos de los congresistas son curtidos políticos, saben cómo moverse en ese mundo del “doy para que des”. Así solían moverse y no pasaba nada… hasta que pasó. Manejaron muy bien los resortes internos de las negociaciones entre sus agrupaciones políticas, pero se olvidaron de lo más importante: los peruanos. El Perú no es una quimera, una exageración semántica y menos  una federación de partidos políticos. Las críticas de estos días ponen en evidencia que la política real desborda la precaria representatividad de los congresistas. Imagino que hasta ahora deben estar sorprendidos de su desaguisado. El desprestigio ha sido muy grande y ya se ve que al elector peruano no se le puede vender gato por liebre. Barbas en remojo y aprendizaje: legislar para todos los peruanos y moderar los apetitos partidarios a favor de los intereses nacionales.

La designación de estos altos funcionarios está sujeta a pros y contras de diversa naturaleza: técnicos, científicos, éticos y, también, políticos. No se pueden sustraer de la esfera política. Un nombramiento aséptico no existe. El problema no es la política, el problema es haberla reducido al puro forcejeo del poder: tomarlo y repartirlo. Un planteamiento así corrompe a la política y hace un flaco favor a los partidos políticos y a sus bancadas. Para salir de este atolladero hemos de buscar la solución por elevación, es decir, recuperar el sentido original de la política como búsqueda honesta y esforzada del bien común. Tarea modesta y ardua, a la vez, que exige espíritu de servicio y  desprendimiento. Necesitamos que el Perú se luzca y no el partido político.

Las encuestas de opinión pública no hacen sino reflejar la mala salud de las instituciones políticas peruanas. Desconfiamos, mayoritariamente, de la labor del Congreso y, el último reporte del Barómetro Global de la Corrupción 2013 de Transparency International, señala que los partidos políticos son las instituciones con mayor fama de corruptos en el mundo: triste primer lugar. Sigo apostando por la política, no por el poder descarado. Por encima del partido está la virtud cívica. No queremos arreglos, anhelamos decisiones inteligentes que den solidez a los pilares de la democracia. La repartija no ha sido un problema de legalidad, sino de falta de honestidad, porque allí donde “la tela de la vida se teje solamente con relaciones legalistas –ha dicho Solzhenitsyn- se produce una atmósfera de mediocridad moral que paraliza los impulsos más nobles del hombre”. Una vez más, el déficit es ético.

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