Se acerca el 2017, año en el que se cumplirá el bicentenario del nacimiento del pintor piurano más universal;  y, ya se está empezando a hablar de cómo celebrará Piura a su insigne hijo. Sería muy conveniente, por no decir necesario, que para conmemorar dicho aniversario se trajera a Piura una muestra importante de sus […]

Por Pablo Sebastián Lozano. 14 mayo, 2015.

Se acerca el 2017, año en el que se cumplirá el bicentenario del nacimiento del pintor piurano más universal;  y, ya se está empezando a hablar de cómo celebrará Piura a su insigne hijo. Sería muy conveniente, por no decir necesario, que para conmemorar dicho aniversario se trajera a Piura una muestra importante de sus pinturas. Esto plantea una serie de inconvenientes; por un lado, los altos costes económicos que suponen su traslado y los seguros, que serían de millones de soles. Por otro, el apoyo a este tipo de exposiciones está validado por el impacto a nivel de público asistente, y que suele medirse en bastantes miles.

Lamentablemente, las cifras no acompañan a las buenas intenciones. De todas formas, quizá este no sea el principal problema. Si se consiguiera traer la obra de Merino a Piura, simplemente no se podría exponer, pues la ciudad no tiene una sala de exposiciones adecuada para recibir –en las debidas condiciones– muestras de prestigio. Por poner un ejemplo, las obras de gran formato de Ignacio Merino no caben en las paredes de la Pinacoteca Municipal, lugar llamado a acoger –en principio– dicha exposición. La solución a este inconveniente no se puede dar en el corto plazo.

Aunque no numerosa, en nuestra ciudad sí hay alguna de su pintura. Corresponde a las instituciones directamente encargadas de su custodia, y a todos los piuranos, velar por su conservación y puesta en valor.

Recientemente, he señalado la deficiente situación en la que se encontraba uno de sus principales lienzos, San Martín y los ladrones, ubicado en la Iglesia del Carmen. Se me aclara, ahora que las labores de rehabilitación de dicha Iglesia están avanzadas; y se está recuperando –poco a poco– el antiguo esplendor, tanto del inmueble como de las obras que custodia.

Rectifico, por tanto, mi apreciación anterior y celebro los esfuerzos que se están haciendo, desde el Arzobispado, para recuperar y mantener en buenas condiciones el patrimonio que tiene a su cargo. Toca ahora a las demás instituciones y a los otros miembros de la sociedad piurana, contribuir también a esa puesta a punto para que, llegado el momento, podamos sentirnos orgullosos de nuestros antepasados y de nosotros mismos.

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